domingo, 20 de diciembre de 2009

Tiempos de Hoy

Dejé de creer en Santa Claus desde esa extraña noche navideña donde vi lo que a continuación les contaré.

Mis papás me habían dicho infinidad de veces que Santa no dejaba regalos en el árbol de Navidad.si los niños no estaban dormidos. Mi hermano y yo sabìamos esa advertencia desde que teníamos uso de razón.

Esa Navidad quisimos quedarnos toda la noche despiertos. Tomamos café como demonios desde medio día del 24. Cuando llegó la hora de que mamá y papá nos arroparan y nos taparan amorosamente en nuestras respectivas camas, fingimos dormirnos de inmediato. Esperamos a que no se oyera ruido y bajamos pecho tierra a parapetarnos atrás del sillón. Mi hermano menor preparó unas deliciosas quesadillas con epazote y unos frijolitos de la olla, divinos.

Como a las tres de la mañana y después de comer las kekas y acabarnos todo el café de la casa, se escucharon unos ruidos en la ventana que daba al lado sur de la casa. Entró el mismísimo Santa Claus y dos de sus duendes, así como dos renos de buen tamaño. Mi hermano sudaba y tenía una maravillosa mirada de felicidad que me hizo reflejarme en él. Nos abrazamos de felicidad. Fue algo inexplicable que nos unió más como familia.

Santa dirigió la obra y los duendes se movieron con gran rapidez y salieron por la ventana, así como uno de los renos. Ahí estaban nuestros muñecos que le habíamos pedido. Una autopista y una pistola que aventaba cascaritas de papa, así como un carrito de pedales. ¡Cuánta felicidad!

Lo que nos hizo decidir el dejar de creer en él fue lo que sucedió a continuación.

Con cierto cansancio se secó la frente con el dorso de su mano derecha. Mi hermano y yo no nos movíamos de nuestro escondite. Seguíamos extasiados viendo algo tan mágico. Alguien que había dividido las creencias del mundo estaba ante nuestros ojos de tiernos niños. El reno que andaba por ahí no dejaba de verlo. Raro. Escena extraña. Bizarra. Santa tomó las dos patas delanteras del animal y con suavidad las levantó y se fundieron en un abrazo algo más que amistoso. No era fraternal, como ese abrazo que minutos antes nos habíamos dado mi hermano y yo. Era como una mezcla de ternura y suavidad. Lo que no me dejó lugar a dudas fue el beso que se dieron en la boca inmediatamente después. El reno era macho. Lo notamos.

Nos quedamos petrificados. Un gesto de confusión nos provocó la escena. Así estuvieron como cinco minutos, manifestando sus sentimientos y emociones, uno en la boca del otro.

Cuando se cansaron Santa bajó al reno y le dio una nalgadita para que se fuera con los demás renos y los duendes al trineo. Después de acomodarse su gorra y limpiarse la boca, y de un largo suspiro, se salió por la ventana. siguiendo a su amor.

Mi hermano y yo soltamos el llanto. Un dolor de niños que sólo quien ha vivido un momento como este puede entender. Mi papá y mamá bajaron despacio las escaleras muy juntos, como conmovidos porque creían que llorábamos de felicidad. Se solazaban viéndonos. Esos regalos recuerdo que los usamos muy poco y los que pudimos los descompusimos o rompimos.

Desde esa fea noche no creo en Santa, ni mi hermano. Eramos muy pequeños para comprender, pero decidimos ponernos a trabajar para poder comprarnos nuestros regalos las navidades siguientes. Yo tenía diecisiete años y él dieciséis.



laj









 

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