Acababa de dar una conferencia sobre "el universo en expansión y sus consecuencias en el cambio climático", en una de las universidades más renombradas de la ciudad a la que me invitaron, cuando noté que alguien en el público se levantó, pidió el micrófono y enojadísimo me reclamó:
--¡Oiga usted, señor! ¿Por qué nos viene a engañar si yo a usted lo conozco y sé que es un empleado en una panadería? ¿De cuándo acá se ha convertido usted en persona importante? ¡Ibamos a la primaria juntos con la maestra Amparito y a usted le decíamos el Trompas!. ¿O ya no te acuerdas, Trompas?
--¡Es verdad, seudocientífico!. ¡Porque lo que dijo aquí hoy durante tres horas no tiene ni pies ni cabeza!
Secundó otro.
--Además, se viste usted muy mal, me fulminó uno más.
Nunca nadie me avisó que la universidad a la que fui a dar esta plática tiene un área muy grande de estudio de pacientes psiquiátricos. Siempre me embebo tanto en lo que explico que difícilmente volteo a ver al auditorio que me favorece con su atención y no alcanzo a distinguir a los presentes. Miro pero no observo.
De inmediato, al ver que me podían meter en problemas los asistentes al auditorio con preguntas incómodas e incoherentes, me levanté, recogí mi laptop, mi carpeta de apuntes, di las gracias a los profesores que tuvieron a bien invitarme y salí manejando mi auto rápidamente de ahí.
Aún alcancé a llegar a mi casa a tiempo para cambiarme de ropa.
Mi patrón, Jordi, de la panadería La Fantasía, es muy estricto conmigo y luego me regaña si llego tarde.
laj
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