martes, 22 de diciembre de 2009

En Busca de la Inteligencia

Gracias a que le hice caso a mi comadre Charito, mandé a mi hijo Eulalio a que le inyectaran células madre de delfín para que se hiciera más inteligente, o se le quitara un poco lo menso. Me lo platicó con tanta vehemencia y con lágrimas en los ojos, que no dudé ni un segundo en enviar a mijo a probar ese método.

Soy una señora sola que vende tlacoyos de haba y de papita afuera de la casa para ganarse la vida. Mi viejo, como muchos mexicanos desobligados, una vez que se dan cuenta que tienen que trabajar para sacar adelante a su familia, huyó hace muchos años, el muy ojete. Y desde entonces salgo adelante con los gastos a fuerza de estar trabajando diario. Mi hijo está medio tarado. Cuando lo mando a la tienda por pan me trae azúcar. Y cuando le pido jamón, el muy distraído llega con fab. A simple vista esto parecería ser una situación sin importancia, pero ya tiene 40 años. Queriéndole ayudar he tomado la fuerte decisión de mandarlo a un poblado llamado San Juan de los Murciélagos, donde mi comadre me ha platicado que gente que llega con cara de bobos, miradas perdidas, salen rozagantes y con un brillo en los ojos como si hubieran estudiado muchos años y en las mejores universidades del país. De hecho, ella mandó a su hijito Cicerón, que se le salía la baba todo el día y ha repetido sexto de primaria ocho veces.

El método es sencillo, el doctor, bueno, la persona que está ahí, que a juzgar por las ropas que usa, parece que es leñador, le pone una inyección en cada una de las rodillas, previa sobada con un algodoncito relleno de aceite para bebé. Procede a inocular las supuestas células madre en las articulaciones, extraídas de un frasquito de Gerber que saca de su refrigerador viejo, oculto tras las cortinas del consultorio.

El paciente sale agradecido con el doctor, por tres motivos básicos: primero, no duele; segundo, no cobra mucho y; tercero, es por una situación de salud imprescindible para ser un mejor ser humano.

El hijo de mi comadre Charito ya saca puros dieces y alguno que otro nueve. Mi Eulalito ahora anda todo avispado, me ayuda a lavar la ropa, es una bala con las chicas y nunca falla con su ayuda al puestecito. Amén que ya consiguió un buen trabajo en las mañanas de jardinero. Sí, mi hijo es un triunfador.

Gente mal informada y envidiosa, así como unas reporteras gráficas y de radio que han venido al pueblo a hacer reportajes, nos han dicho que se ha descubierto que bandas bien organizadas de traficantes de puerquitos han hecho pasar a estos por delfines en los alrededores de la región. Se dice que los doctores que aplican las vacunas con células madre de delfines, para hacer a la gente más inteligentes, que por la zona son sólo tres, y cada uno separado del otro por unos sesenta kilómetros, han estado aplicando desde el inicio de sus tratamientos células madre pero de cerditos cola-rosa; especie muy apreciada en el norte del país por su carne rosada y suave.

Los doctores que se han dedicado a este método nunca han tenido ninguna reclamación en los tres años que llevan de dar consulta.


Hace algunas semanas para acá he notado raro al pequeño Cicerón y a mi Eulalio cuarentón. Ayer por la tarde los vi retozando en el lodo y jugando tan contentos que no me atreví a molestarlos.

Yo creo que algo anda mal.


Ayer que le pregunté a mi hijito qué quería de desayunar me contestó "¿oinc?". Saliendo de mi casa, buscando a un doctor para que lo viera, me encontré con Cicerón. Lo saludé y  vi con asombro cómo me movió con frenesí su colita rosa retorcida.



laj


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