viernes, 30 de octubre de 2009

Sucedió en la Ciudad


-- ¡Súbete, infeliz!

El pobre y atolondrado Gumersindo no tenía alternativa. Se subió al coche que manejaba su leonina novia y guardó religioso silencio sin levantar la mirada.
-- ¡Ahora sí, cabroncito, me vas a explicar, ¿por qué, por qué y por qué me regalaste rosas rosas y no rojas, si ya sabes que las rosas rosas las detesto en extremo!?
Gumersindo, con un profundo pesar, intentó hablar: -- Er... er... cof,cof...yo...este...
-- ¡Háblame, carajo contigo! Ah, y ahora que recuerdo, quiero que me digas por qué me estuviste llamando el fin de semana anteriosr, si ya sabías que me fui a las playas de Cancún con el mamado de Eufrosino y sus amigos-- arremetió ella.

Pedra, al ver que su pusilánime y estúpido novio estaba a punto de soltar el llanto, lo instó a que le diera una buena razón de las preguntas que le había hecho.
-- ¡No te hagas, Gumer! --Y acto seguido la emprendió contra él a golpes, patadas, bofetadas y piquetes de ojos, al saber que podía protestar, ya que estaba siendo atacado e insultado sin causa aparente.
Gumer retiró con suavidad a su novia Pedra y procedió a hablar:
-- ¡Oyeme, remedo de vendedora de jitomates! ¿Qué crees que porque me ves flaquito, con lentes y muy nerd, por eso vas a abusar de mi paciencia?
Ya no pudo seguir hablando, pues de la frenética emoción por la que atravesaba, la voz le temblaba, un sudor frío apareció en su rostro y espalda, así como una lágrima titubeante se estremecía en uno de sus ojos color gris cielo.
-- ¿Cómo? ¿Cómo me dijiste? ¡Imbécil, idiota, estúpido! Pero ya me lo decía mi fina y educada mamá Dorita, "Ese tipo no te conviene. El sí fue a la escuela y tú no, hijita. Búscate un chofer o un carretonero, o alguien que vaya más con tu categoría de muchachita asirvientada.".

Gumer volteó a ver a su atribulada y esquizofrénica novia y notó que empezaba a hacer pucheros en el silencio oscuro del auto. Sin perder tiempo, dijo: -- ¡Aquí me bajo, nos vemos!
Pedra, con agilidad felina lo detuvo de la chamarra y lo jaló con inusitada fuerza, para seguirle pegando y descargando toda su fea neurosis.Sólo que al jalonearlo se lastimó una uña, y entonces sí lloró. Y lo hizo con unas ganas grandiosas, pues le dolía más la uña que el hecho de que su ratonil novio se estuviera defendiendo a capa y espada.

-- ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me haces sufrir así?. Se hizo un largo e incómodo silencio. Gumersindo, al ver llorar a moco tendido a Pedra, quiso hacer algo, ayudarla, abrazarla o besarla. Pero esa situación lo hizo volverse un hombre duro; un hombre a prueba de todo, y sólo se le quedó viendo con complaciente indulgencia.

Pedra rompió su mutismo:-- Ya me voy, bájate, pero nunca se me va a olvidar esto que me hiciste.
Gumersindo se bajó y antes de cerrar vio que su novia estaba hecha un mar de llanto y le espetó:-- ¡Ni a mi tampoco!
Se oyó un rechinido de llantas, el coche se alejó a toda velocidad y a dos semáforos de distancia, se le atravesó un árbol que pacíficamente reposaba en el camellón, quedando el auto y el cuerpo de Pedra completamente deshechos.
Gumer se tornó cabizbajo y meditabundo. Era un hombre de carácter recio. Encendió un cigarro, enarcó la ceja izquierda y se retiró del lugar, quedando emocionalmente dañado. Desde entonces no tiene novia.
 


laj

jueves, 29 de octubre de 2009

Inscripción en Roca

Juré que nunca contaría lo que a continuación relataré, pero un amargo sabor a culpabilidad me ha orillado a hacerlo. Y lo quiero difundir porque necesito que se enteren de una historia que ahora es leyenda, que no por eso es menos importante.

Al final del arcoiris, justo atrás del volcán más alto de la región, en una de tantas cavernas vivía una familia común, de clase media acomodada, que disfrutaba las bondades de vivir en plena comunión con la naturaleza. En esta familia había una pequeña cavernicolita de nombre Claudia, quien a pesar de sus escasos ocho años, ya correteaba osos y estrangulaba jabalíes con sus manitas, labor propia de todos los habitantes hombres del lugar.

Ella contaba con la admiración de los integrantes de la aldea y sonreía cuando se le adulaba, era muy feliz. Bueno, eso creían todos los aborígenes naturales del lugar y hasta su familia, pero nadie más que yo sabía de su gran secreto.que me confesó tiempo atrás. Quiso que no relatara su "tremenda pena", que yo no considero sino como una pequeñez infantil.

Con el transcurso del tiempo, cuando Claudia se ponía metas que no alcanzaba, se sumergía en una depresión intensa que curaba con sueño. ¡Sí! Como lo leyeron. La vida llegaba a tornarse tan difícil y poco llevadera, que sanaba sus ansiedades con pegar sus grandes ojos. Y cuando despertaba todo era fascinación y alegría., y en su sonrisa se notaba una grata sensación de comodidad con el mundo y con ella misma, salvo por un pequeño detalle que sólo yo, que sigo siendo el ser vivo más longevo en la comarca, pude darme cuenta aun antes que me lo contara.

Claudia lloraba con la mirada. Un largo lamento surgía de esos ojos desconfiados e inquisidores. Pero todo tiene un porqué en esta vida.

Como es natural, Claudia llegó a la edad en que dejó de pensar en cazar animales menos salvajes que ella y volteó la vista a su vecino de cueva, Ifigenio, hijo de su madre y de su padre, quien era un joven muy apuesto y buen partido para Claudia, la jovencita de las cavernas, terror de los osos y azote de los jabalíes. Pero como las cosas del amor son tan inexplicables como el mismo amor, Claudia e Ifigenio rompieron por una tontería: Ifi le ponía los cuernos con la mejor amiga de Claudia. Y así, sentida con las cosas del amor, se dedicaba a dormir para alejarse de la realidad para siempre, hasta que despertaba, claro.

Esto fue suficiente para dejar una huella indeleble en su recuerdo y en su grandiosa sensibilidad, que se transluce en sus grandes ojos que buscan sinceridad y no traiciones en la demás gente.

Se dice que lo malo del primer amor es que nos va a marcar para toda nuestra afortunada vida, para bien o para mal, pero nos marcará. Será un lastre que arrastraremos a la tumba o será un suspiro eterno que llevaremos albergando con suave ternura en lo más rojo de nuestro corazón.

Y Claudia reía a carcajadas y lloraba con una mirada digna de ser plasmada en una de las cuevas de nuestro poblado. Y con su mirada se acordaba del cariño devoto que le profesaba a su primer amor, que a pesar de todo, lo extrañaba y lo quería tal vez más ahora que al inicio de su efímera relación.

Hace mucho que no veo a Claudia, pero espero que nunca olvide que no conté lo que juré no le contaría a nadie, y de hecho, cumplí mi palabra. Pues no se lo conté verbalmente a nadie, sino que lo inscribí en el interior de una cueva cercana al volcán para que todos vieran este escrito y se enteraran de algo que de vergonzoso no tiene nada.


Inscrpción dejada en una cueva por el volcán
cerca de donde pasaban los tigres dientes de sable
Valle de México 


laj

La Gata Loca

La gata Mercedes tuvo severos problemas con las drogas. Su pasión era la marihuana, el thinner y sobre todo el cemento. Ni aun la leche le gustaba tanto como el mismo hecho de ponerse hasta atrás con los inhalantes. Era tremenda. Una vez puesta en el viaje nadie la detenía. Se colgaba de las cortinas, arañaba a los vecinos, se mordía la cola con rabiosa fuerza, atacaba a quien fuera al menor descuido. Era todo un caso de la vida real.

Una vez pasado el efecto de los enervantes volvía a la tranquila y normal paz a la que estaba habituada. Le ardía la garganta, le lloraban los ojos y la cabeza le dolía espantosamente. Su lengua reseca buscaba afanosamente algún líquido refrescante que le hiciera olvidar el amargo sabor de la droga.

Sus amos, cuando sabían que había vuelto a drogarse, le dejaban de hablar por algunos días hasta que se les pasaba el coraje. La gata Mercedes se llenaba de pesar, pero lo más jocoso es que no se arrepentía. Lo único que sentía era que le había fallado a sus dueños, puesto que una vez prometió solemnemente sobre la Biblia que no lo volvería a hacer.

Harta de la situación y viendo que las drogas eran su vida, y que aun sin el permiso de sus amos lo seguiría haciendo, la gata pensó en tirarse a las garras de los gatos y abandonarse a su suerte incierta. Su amo se dio cuenta de las cosas y de inmediato la llevó a un Centro de Readaptación Social para Gatas en Mal Estado Mental.

Pasaron los meses y la gata Mercedes salió como nueva de ahí, pero con una mirada de fastidio e infelicidad que no podía ocultar; así como una inquietante pérdida de peso y unas ojeras enormes.

Su vida siguió siendo normal en casa de sus amos. Todo parecía ser dicha y felicidad en ese hogar, cuando sorpresivamente, un día gris, de esos que el destino de vez en cuando nos envía, Mercedes apareció ahorcada en el cordón del cortinero. Tirada en el suelo había una nota aclaratoria que a la letra decía: "No se culpe a nadie de mi muerte, lo hice como hice todas las cosas en mi vida: porque quise. No me arrepíento, no lloren, no vale la pena. Quiero que sepan que siempre los quise y me encariñé mucho con ustedes, pero esto de las drogas fue más fuerte que yo. Adiós. Un beso a todas y arañazos y lenguetazos a todos. Mercedes, su Gata"

Se oyó un sollozo ahogado provocado por los ahí presentes y la casa se tornó gris, muy gris. Mercedes fue aventada de inmediato a los perros bravos de la señora gorda del 5, para que ya no sufriera-- si es que aún lo hacía --.

A treinta años de tu muerte, te recordamos como al ser que más hemos querido todos y cada uno de los miembros de esta familia. Te extrañamos. Reza por nosotros.



laj

domingo, 25 de octubre de 2009

El Profesor Logaritmo


El profesor Logaritmo acababa de despedir a sus alumnos y así concluía una jornada más de su larga y extenuante profesión, cuando escuchó gritos extraños que provenían del patio principal de la escuela. Con toda la curiosidad que a pesar de su avanzada edad aún conservaba, bajó apuradamente las escaleras y corrió al lugar donde provenían los alaridos. Al llegar al patio principal sólo observó al perro del conserje jugando con un trapo y a uno que otro estudiante rezagado que todavía no dejaba la escuela. Con un gesto de curiosa indiferencia y rascándose la cabeza regresó al salón por sus cosas. En el pasillo que daba a su salón lo estaban esperando unos raros seres de formas terribles, de caras descarnadas y cuerpos ensangrentados que se le abalanzaron amenazadoramente. El profe gritó a todo pulmón y nadie fue en su auxilio. Sus gritos rebotaban en las paredes de la escuela. Corrió hacia el otro lado del pasillo y como pudo se escondió en la bodega de intendencia. "Dios mío, ¿me estaré volviendo loco?",  se preguntó con sobrada razón mientras limpiaba sus gafas y tomaba aire con todas las fuerzas que un septuagenario tiene. Cuando hubo pasado el peligro el profe salió de la bodega con asombrosa cautela y nuevamente enfiló hacia su salón, mientras la suave luz lunar bañaba los salones y patios de la escuela. Una vez frente a la puerta del salón la abrió lento, muy lento y de un solo movimiento se introdujo a él. Apurado se dirigió al escritorio y recogió su portafolios y su gabardina y un silbido escalofríante le hizo saber que no era el único en el salón. Encendió la luz y vio que las cincuenta sillas del salón estaban ocupadas por seres extremadamente pequeños, espeluznantes y sangrantes, feos. Lo miraban amenazadores. El profe Logaritmo sintió que el suelo se le hundía y que algo grande en su garganta le impedía gritar. Un sudor frío paralizó su cuerpo, mientras los raros entes se levantaban de sus sillas para ir tras él. Sofocándose alcanzó la puerta y tirando gabardina y portafolios trató de huir como pudo. Una vez en el pasillo tropezó con un bote de basura, se recuperó y echó a correr nuevamente, hasta que un centenar de cabezas flotantes de estos descarnados seres le salieron al paso y se reían en su cara.

Fue todo lo que el profe pudo soportar y con su débil cuerpo se subió al barandal y se tiró desde el tercer piso hacia el rocoso suelo del patio menor. Entre sus ropas se hallaron ocho frascos de Prozac de 400 pastillas cada uno y una anforita de ron de caña, casi vacía.

Los días siguientes al funesto hecho, las autoridades escolares decidieron incrementar las colegiaturas de la escuela. La noticia de la muerte del atribulado docente había dado la vuelta al planeta y el colegio era mundialmente famoso.




laj


Un Relato

Viendo las esculturas traídas desde Europa en la sala principal del Museo de Arte Post Modernista Cubista, me sucedió algo inusitado, increíble.

Absorto me encontraba contemplando la estatua de mármol de un hombre joven de proporciones griegas, cuyo título era el de "Nachito el Machito", cuando sentí un suave murmullo en mi oído, seguido de un aroma de mujer único. Con toda la desconfianza que el suceso me provocó, volteé lentamente sin pensar siquiera lo que mis ojos iban a ver: la mujer más hermosa que había visto en toda mi vida. De cabello rizado y castaño, ojos azul-verdoso, con un brillo excepcional en ellos y una figura de ensueño.

Sus senos grandes, turgentes, se asomaban por entre la sedosa blusa blanca que intentaba cubrirlos; sus caderas resaltaban por debajo de una falda negra entallada, que hacía lucir intensamente su cuerpo de diosa.

Ahí estaba frente a mí sonriendo de un modo angelical y con un aire de picardía que me entusiasmó conocerla. Me habló en alemán, supongo, y luego en francés. No le entendí. Le pregunté que si hablaba inglés, no me entendió. Me alcé de hombros y reí divertido, mientras ella dibujaba en una tarjeta en blanco una casa y dos muñequitos, un hombre y una mujer besándose. No quise echar a volar mi violenta imaginación, pero eso me sonaba a una abierta y franca declaración. Hizo un movimiento con su dedo índice y la seguí.. Salimos del museo y tomamos un taxi. En un español malísimo combinado con algo de francés, le dijo al chofer que nos llevara al hotel donde se hospedaba. En el camino intercambiábamos miradas de complicidad y reíamos, aunque no hubiéramos cruzado algún diálogo por corto que fuera.

En el cuarto del elegante hotel, lo primero que hizo después de cerrar la puerta tras de sí fue desnudarse apresuradamente y meterse a la cama. Sin entender muy bien seguí su juego e hice lo mismo. Fue algo formidable. Acariciar su exquisito cuerpo, deleitarme haciendo el amor, fascinado de estar con ella, tan linda, tan única. Toda la noche gocé como nunca lo había hecho en mis más de cuarenta años de existencia. Fue una velada delirante.

Al despertar oí que el agua de la regadera caía y caía. Después de quince minutos me alarmé al escuchar el mismo ruido monótono del agua cayendo sobre el suelo del baño. Al asomarme vi lo que sospechaba: no había nadie. Dejó abierta las llaves del baño para distraer mi atención, pero, ¿por qué? La respuesta la obtuve casi de inmediato cuando vi a través de la ventana cómo una nave gigantesca tendía una escalerilla por la cual subía la desconocida con una gran sonrisa en la cara.

¿Cuál habrá sido el motivo de su raro proceder? No sé, pensé mil cosas y de inmediato corrí a verme al espejo y descubrí que inoculó en mí algunas características espaciales, como un par de antenas de plástico y una larga cola de ratón que hasta la fecha no puedo hacer desaparecer.


laj







Desconsideración

Bajé despavorido las escaleras y al alcanzar la calle volteé  hacia la ventana de tu departamento. Ahí seguías haciendo muecas y ademanes descompuestos. Amenazaste con aventarte al suelo si no te hacía caso. Te grité que todo había acabado entre los dos. Y terca, como siempre fuiste, te dejaste caer desde tu ventana en el piso 18. Ahí venías a toda velocidad por el aire con cara de susto y sin una sola prenda que cubriera tu cuerpo. En tu vertiginosa caída libre arrancaste dos antenas de tv, tiraste una maceta y una jaula de pericos voladores.

¡Cock!, se oyó de repente y todo en un instante acabó.

¡Qué bárbara! No te alcanzó el tiempo ni la vida para darte cuenta de qué modo ensuciaste el suelo y el dinero que tuve que desembolsar para pagar las dos antenas que tiraste y a los pobres pericos voladores que se murieron del susto.

Calidad

Apuró el último sorbo de su bebida. Debió de haber sido de lo más barato y corriente a juzgar por las caras que hizo. Tiró su última carta con los ojos caídos y las cejas sin moverse un milímetro. "¡Flor imperial!", gritó el que la hacía de tallador. Los invitados a la mesa y los contendientes aplaudían y felicitaban al ganador.

Al estar recogiendo su dinero, un fulminante dolor de hígado lo llevó al suelo, muerto.

Se dice que en este bar no toda la bebida es buena.


laj

sábado, 24 de octubre de 2009

Una Muñeca

Cuenta una añeja leyenda de tiempos de la Colonia que una muñeca se escapó de la llamada Isla de las Muñecas, cerca del Canal de Xochimilco. La situación no tendría nada de peculiar si no fuera porque hace menos de una semana se le vio paseando por un centro comercial del norte de la ciudad. Desparpajadamente, como si el tiempo no hubiera pasado, la muñeca --se dice-- era exactamente igual que hace años. Se sabe que en los muñecos el tiempo pasa de diferente forma, pero aún con esto, no dejaba de ser extraño.

Un vigilante de dicho centro comercial la vio escogiendo cepillos para el cabello en el departamento de belleza. Su sorpresa fue tal, que se le creyó demente al solicitar ayuda por su radio, antes que cayera desmayado por la impresión.

Cronistas y biógrafos de la ciudad saben que esta monita es conocida como La Maffys. Ni siquiera ellos pudieron saber su verdadero nombre hurgando en su árbol genealógico. Sólo averiguaron su alias. Saben que desde entonces esta Maffys es rebelde por naturaleza. Fuma hierba, asalta camiones y dicen sus allegados que nunca, pero nunca usa chones. Estuvo presa por intento de homicidio dos veces. Ambas ocasiones atentó contra la vida de Chapete, muñeco de gran prosapia y elegantes maneras, que por poco sucumbe ante las embestidas envidiosas de esta muñeca loquita.

Ahora sobrevive de robar cosas en centros comerciales. Por su estatura no han podido echarle el guante. La policía ha calculado, según estudios concienzudos que en unos 45 años podrán tenerla tras las rejas.

La comunidad aplaude tanta determinación y valor de nuestras autoridades.



laj

Egoísmo


Abandonado a tu suerte volviste a pensar que la vida te debía rendir tributo por un equivocado y egoísta sentimiento de grandeza que nunca llegaste a comprender. Solo, pensando qué fue lo que dejaste de hacer aun habiéndolo deseado y qué fue lo poco o nada que hiciste en tu vida. Así, llorando quedo para que nadie te viera ni escuchara, quisiste reunir toda tu miseria de existencia que siempre fue eso: una basura interminable de caídas sin levantadas, de fracasos sin éxitos, de una mediocridad aplastante que reflejó toda tu personalidad y esencia en tus actos, en tu conducta ajena a todos, en tus resultados, en tus ojos distantes y permanentemente ausentes, en tu encorvada figura que buscaba refugio en el suelo para evitar a los demás. Al mundo que tanto te lastimaba , a la gente que no entendía los conceptos que guardabas de la vida, a la gente que se mofaba de ti y a toda aquello que obstaculizaba tu felicidad.

Y ahora, sin más ni más te avientas a las vías del metro provocando desorden, congestionamientos y molestias a la gente que sólo quiere llegar a tiempo al trabajo sin complicaciones.

¿Se te hace eso una gracia?


laj

viernes, 23 de octubre de 2009

Concierto Para Dos


Volteé por última vez a verte y al fin nuestras miradas se encontraron. Un vuelco dio mi abatido corazón al ver que te habías percatado de mi presencia. Apreté los dientes esperando a que tomaras la iniciativa. Tú, impasible, me atravesaste con una mirada de inigualable desdén. Te levantaste de tu butaca y saliste de la sala. Sufrí lo indecible al saber que no era de tu más mínimo agrado. El Director de la orquesta se dio cuenta de nuestro involuntario espectáculo y detuvo la música para carcajearse de mi poca suerte. Me señaló con la batuta y en un segundo todos los miembros de la orquesta reían descaradamente.

Tragué saliva varias veces y decidí salir de la sala para que tocaran para ellos mismos. El Director, entonces, soltó un despavorido grito que retumbó en la mismísima bóveda celeste, al saber que mientras él dirigía a su orquesta, no habría público en la sala que los escuchara.


laj

El Gas

Te rodaste de la cama con sensual habilidad y quedaste justo de espalda a mí. Te contemplé cuán bella eras. Tus hombros, tu espalda blanca, tus piernas torneadas y tu cabello largo y suave me orillaron a acercarme. Con ternura te abracé y después te comencé a besar, en el preciso instante que un trueno sonoro hirió el adorable silencio de la habitación, seguido de un infame olor a frijoles pozoleros

-- ¡Vete!-- te dije, indignado.
-- ¡Fue sin querer!-- dijiste, asustada y apenada.
-- ¡Lárgate!-- repetí con furia indecible.
-- ¡No lo vuelvo a hacer! ¡Se me salió!-- proferiste, con lágrimas en los ojos.
-- ¡Cochina!
-- ¡Perdóname!-- snif.
-- ¡No! ¡¡¡Mil veces te he dicho que los frijoles se me antojan cada vez que los huelo y ya sabes el daño que me hacen!!!


laj



  

Los Tacos de Jamón

Era un día común, como cualquier otro. Iba caminando por una de las calles de la enturbiada capital. Caminaba y caminaba, cuando de repente, sentí unas inmensas ganas de volver el estómago, la cabeza me daba vueltas y la vista se me empezó a nublar. Sentía que el tiempo había dejado de avanzar, como si las aves hubieran dejado de cantar, como si yo no fuera yo. No sentía el suelo y, sin embargo, aún estaba de pie. Mi cuerpo languideció junto con mis piernas, desplomándome en el acto.

Al recuperar la conciencia me vi rodeado de unos raros seres de inmensos ojos rojos, de una delgadez extrema, con cabeza alargada y pelos en toda la cara. Estos entes me miraban feo, cosa que me asustó y temeroso les pregunté: --¿Quiénes son ustedes? ¿En dónde estoy? ¿De qué caverna de las profundidades de la Tierra vienen? ¿De qué cochambrosa coladera han salido?-- les dejé claro que tenía algunas dudas.

El ser más alto y el que parecía ser el jefe de todos dio un paso al frente y dijo: -- Tú no nos conoces, pero nosotros te conocemos a ti más de lo que imaginas.

Los miré dubitativamente, sentía una escalada de miedo que poco a poco se iba convirtiendo en pánico, no atinaba a creer lo que me había dicho ese feo ser.

Sin dejarme articular palabra alguna, el horroroso engendro continuó: --Sí, nosotros somos esos seres microscópicos nocivos que vivimos contigo. Somos todos los parásitos, virus, bichos y bacterias que radicamos en tu lombricienta barriga, repleta de suciedad y no sé cuantas porquerías más que comes-- me explicó muy dueño de la situación.

Casi conmocionado, agregué: --Entonces...¡Estoy en mi propio estómago!, exclamé más sorprendido que aterrado.
-- Sí, contestaron ellos con voz cavernosa.
-- ¿Y cómo puedo salir de aquí? ¿Qué debo hacer?-- pregunté, ya sumamente angustiado.   
Al acabar de decir la última palabra, se me abalanzaron gritando, enardecidos y excitados. -- Es que... ¡eres nuestro alimento! ¡Te estamos empezando a devorar! Es que... ¡acabas de morir!

La piel se me enchinó, mis dientes castañeteaban y mis rodillas temblaban sin cesar. En ese momento no podía pensar, no sabía qué hacer. No sabía si enfrentarme a esos raros seres o huir. Opté por lo segundo.
Corría y corría con todas mis fuerzas y con todas las ganas de no ser alcanzado. No quería quedarme a averiguar las temibles intenciones de esos seres diabólicos.

Muy pronto encontré en mi loca carrera un túnel oscuro y lúgubre y decidí meterme por ahí. Era un camino angosto, con un camino bastante estrecho y de superficie muy lodosa. Cada zancada que daba se me hundían las piernas hasta las rodillas, pero eso no era obstáculo que no pudiera librar para seguir huyendo de esa turba de demonios modernos que me correteaban . Me pisaban los talones, ya los sentía muy cerca de mí. Percibía sus respiraciones super agitadas en mis orejas. A lo lejos del túnel pude divisar una luz salvadora. Vi cercana mi salvación, apreté el paso y corrí como nunca en mi vida había corrido. En todo ese ansioso momento pude notar que había vientos cruzados y remolinos violentos por todos los lugares que confluían en el túnel oscuro.

Al llegar donde estaba la luz, pude ver que era el fin del camino. Sintiendo un fuerte rasguño en la espalda, me aventé hacia el cruel vacío dando un salto felino. Caía y caía dando vueltas por el aire. Todo era confusión. Por la vertiginosa velocidad a la que caía, no podía abrir los ojos y así, no sabía en qué iría a caer. En fracción de segundos sentí un fuerte y húmedo golpe en todo mi cuerpo. Al abrir los ojos me di cuenta que estaba sumergido en aguas turbias y nauseabundas. Nadé hacia arriba y haciendo un gran esfuerzo pude alcanzar la superficie. Al llegar a ella, divisé dos grandes troncos de tremendas dimensiones, de consistencia pastosa y de un olor particular y sumamente desagradable. Me trepé como pude a uno de ellos y al estar justo encima de él, éste se desbarató y volví a caer al agua, quedando justamente abajo de un pedazote del tronco que se acababa de deshacer. En ese mismo instante, los seres de los que huía hasta hacía algún rato, estaban aventándose desde el final del túnel y caían a discreción por todos lados. Hacía esfuerzos sobrehumanos por salir del enredo en el que estaba, pero el trozo era tan grande que no hallaba la forma de llegar nuevamente a la superficie. Los entes malévolos nadaban en dirección a mí. Sentía una espantosa angustia y desesperación. No podía aguantar más la respiración, todo se comenzó a ensombrecer, mi corazón latía terriblemente aprisa, creí que era el fin.

Me levanté de la cama y me fui a dar un paseo por el parque para olvidar el angustioso sueño que acababa de tener. Estoy seguro que este mal sueño fue provocado por los tacos de trompa con jamón que me comí la noche anterior, ahí afuera del metro Balderas.


laj




  







 












 








 

La Guajo

Había una pandilla en la colonia que desapareció gracias a que su jefe pereció en una situación muy extraña. Eran muy malos y despiadados. No perdonaban cuando se decidían hacer daño a alguien. Se cuenta que el "Pelé", cabecilla de la banda, dejaba corazones rotos por los barrios donde andaba haciendo de las suyas.

Pues bien, la "Guajo", mesera en un establecimiento de comidas corridas de primera calidad, fue la principal sospechosa en la curiosa muerte de este indeseable ser.

Se dice que el  "Pelé", fue a comer a la fonda "Susy" con dos de sus secuaces. Días antes, el "Pelé" le había prometido el cielo y las estrellas a la "Guajo", y ella, ingenua, le creyó y le abrió las puertas de su corazón. Este sujeto le mintió, como a las demás y después ya ni se acordaba de ella.

La "Guajo", apócope de guajolota, mujer de gruesos encantos, despechada, se volvió peligrosa y urdió una venganza tan cruel como perfecta.

Sabiendo que al "Pelé" le gustaba comer rico y barato, sospechaba que regresaría. Y como fue. Ese día fue el último que vio el sol este truhán. La gruesa mesera les sirvió sopita de fideos calientita; arroz con un huevo estrellado y un mortal bistec de rodilla de gorila. La carne estaba tan, pero tan dura, que el "Pelé" y sus secuaces, al hincar el diente en el guisado, más de tres piezas dentales de cada uno se fusionaron con el bocado, provocando una dolorosa y lenta asfixia en los tres malandrines. Al ir cayendo al suelo todavía quisieron decirle algo a la "Guajo", pero sólo se le quedaron viendo feo y se desplomaron al piso, muertos.

La "Guajo" fue encerrada por triple homicidio. Se sabe que en pocas horas saldrá de la cárcel. Sólo le dieron seis días y tuvo que pagar una multa de quince pesos por los gastos de la policía al trasladarse a la fonda "Susy", en metrobús.



laj
 













Hubo Una Vez

Hubo una vez un sueño dentro de mí que gritaba y quería llegar al mundo de la realidad, a toda la velocidad que fuera necesaria utilizar. Quería hacerse tangible, ser real. Ya no quería pertenecer al mundo de las sombras, de lo etéreo. Sentía que podía beber del agua de tu vida, formar parte de algo de ti, quería ser visto por tus ojos y necesitaba que lo aceptaras.

Hubo una vez un sueño que quería salir al mundo de los vivos y deseaba enterarte de su presencia. Era un sueño guardado con celo, cautivo por la ansiedad de conocer a alguien como tú. Era un sueño inquieto, agobiado por la soledad, perseguido por la tristeza.

Hubo una vez un sueño que necesitaba sentir ternura , oir palabras de aliento, tenerte entre sus brazos y murmurarte "Te Amo". Saber que estaba viviendo , sentir el tibio roce de tu cuerpo y dejarse querer por él.

Y ese sueño que una vez existió se fue apagando poco a poco, al no verte ni tenerte cerca.

Hubo una vez un sueño que quiso ser realidad y no pudo.

El Amor lo hubiera vuelto vivo, tangible, real. Tu Amor.

Pero ese sueño murió y no existe más.

Hubo una vez un sueño...



laj

Un Rico Desayuno

"¡Unos ricos huevos revueltos con jamón!" --grité, decidiendo lo que iba en ese momento a desayunar.
Desmenucé a conciencia el embutido y mentalmente ya me estaba saboreando mi dulce manjar. Salivaba. "¡Mmm, qué rico!".
El sartén estaba adecuadamente dispuesto para ser utilizado, con su aceite brincando aquí y allá.
Vacié los trocitos de jamón y enseguida agarré dos huevos del refrigerador. Estos eran un poco más grande que los habituales.

Tengo un amigo que tiene una granja allá por Querétaro y un día antes había ido a la casa y me regaló una caja de huevo fresco, diciéndome que eran riquísimos, que me iban a encantar y que las gallinas eran alimentadas con granos importados de una isla cerca de Oceanía.  

¡Ahhh!, qué olor tan sabroso al partir el primer huevo contra el filo de la estufa.
Sentí que mi cara hizo un gesto de asco inmenso al notar lo que mis ojos veían. Un alarido ahogado de susto y de sorpresa se quedaron en mi garganta. Con cuidado retiré mis manos después de haber vaciado el contenido del blanquillo y me hice para atrás instintivamente.

Una especie como de feto de pequeña ave, que no era pollo, un pato, quizás; con sus ojos inyectados de sangre y venas moradas atravesándolos; con una especie de alas, con deditos humanoides sin desarrollar; un pico como de tucán apenas naciendo; orejas redondeadas como de cualquier humano, llenas de vellosidades; así como unos impresionantemente largos colmillos que salían de su pico, pero hacia arriba; acompañados de una maligna mirada , amenazante, se me quedaba mirando con ganas de atacar, no obstante que estaba empezando a freírse. 

Al ir cayendo al sartén había ido extendiéndose unos veinte centímetros. Este horrendo ser empezaba a morirse, encima del aceite y del jamón, una vez que pude subir la flama de la estufa al máximo.

Fueron sólo unos segundos. Con un gesto de derrota cerró sus feos ojos y descansó en paz, teniéndome a ní como testigo de los hechos y asesino, a la vez.

Aguantándome todo lo mal que me sentía y al haber presenciado el nacimiento y muerte de esta extrañeza de la vida, decidí echarlo en una bolsa de plástico y corrí a tirarlo a un depósito de basura que se encuentra a unas cuadras de la casa. Le pedí ayuda a un vecino para poder ir a dejar la caja de huevos en el mismo sitio donde quedaría el engendro embolsado. Traté de no darle explicaciones, aunque me preguntaba cada diez segundos por qué la tiraba. Su curiosidad quedó saciada cuando le dije que olían mal y que el primer blanquillo que ocupé había salido con gusanos.

En la semana siguiente supe por medio de vecinos que muchos perros, gatos y hasta ratas, habían encontrado la muerte al ir a alimentarse al basurero.
Por internet primero, y luego por el periódico que habitualmente compro, me informé que había pequeñas islas que estaban desapareciendo con todo y gente en el área de Oceanía. Algo raro pasaba.

También supe que mi amigo de Querétaro desapareció con toda su familia y todos sus animales de la granja, sin dejar rastro. Nunca volví a saber de ellos.

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Un Profesor de la Secun

Mi profesor de historia de la secundaria era mi más grande referente que tenía en mi adolescencia. Sabía que si estudiaba mucho podía llegar a dar clase tan padre como él.

Sabino, se llamaba. No sé si la etimología de su nombre tenía algo que ver con toda la sabiduría que nos compartía, pero sospecho que sí. Los conocimientos que nos transmitía eran inacabables. Su mirada, siempre fija, me indicaba que sufría cuando notaba que no le entendíamos o cuando le contestábamos mal.
Cuando le respondíamos acertadamente era una gran felicidad en todo el salón. Sus ojos pardos se tornaban en una mirada de gratitud inconmensurable. Una sonrisa infantil hacía que su rostro, joven aún, transmitiera una energía positiva muy padre. Era un buen ser humano. ¡Yo quería ser como él! Era mi grito de batalla cada que salía de su clase y platicaba con mis compañeros de grupo.

En la secun no era tan importante para mí el señor dinero. No sabía lo que ganaban los profesores. De todas formas fue para mi un gran ídolo. Hasta la semana pasada, que después de muchos años lo volvi a ver, manejando un microbús y en su radio sonaba la "Fantasía Para Piano, Coro y Orquesta" de Beethoven.

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Cortos 1

-- ¡Qué baile la Roñas! -- se oyó desde el fondo del oscuro antro que apenas estaba empezando a ambientarse.
Inesperadamente la pista de baile se pobló de jovencitas grotescas, sudorosas y gordas. Entre ellas intercambiaban miradas como reconociendo que todas eran dignas de estar ahí, bailando solas, sin pareja.

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