miércoles, 16 de diciembre de 2009

Con Dedicatoria a Dostoievski

Tus chorros de sangre y rictus de dolor me indicaban que se me había pasado la mano. Imprimí demasiado fuerza en ese hachazo que te di. Sólo quería darte una lección. No sé por qué atravesaste tu pequeño cráneo justo a la mitad de la hoja filosa. Tu cara mojada de rojo aún tuvo fuerzas para hacerme un guiño como de complicidad. Como si hubieras aceptado lo que hice. Como si no tuvieras problemas por mi decisión. Como si te hubiera hecho gracia. Como si me siguieras amando.



laj

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