lunes, 30 de noviembre de 2009

En La Península


Hay gente que asegura haber visto un gorila de buen tamaño que atraviesa la carretera que va de Playa del Carmen a Tulúm. Se sabe que por estos lares aún hay monos arañas, tlacuaches, dragones de Komodo, monstruos de Gila, jabalíes, pequeños dinosaurios, pero lo más raro de todo: ¡gorilas!

Dentro de los manglares que abundan en la zona y enclavado en las montañas pegadas a la carretera, se halla el sitio exacto donde mucha gente asegura haber visto a este animal.

"Yo lo he visto", asegura Willie Po, habitante de esta zona. Dice que preferentemente , este mono atraviesa la carretera a medio día, cuando el sol está en su punto y cuando más calor hace. Unos piensan que es para que la gente que lo vea crea que es un espejismo.

Esta vialidad de trayecto recto a lo largo de 250 kilómetros, es un sitio de muchos accidentes, ya que cientos de conductores se quedan dormidos por lo monótono del camino y lo pesado que se hace manejar bajo los rayos del sol a temperaturas cercanas a los 40 grados centígrados.

"Sale con una bolsa de yute y atraviesa la carretera con suma precaución", dijo un nativo de ojos avispados que pidió el anonimato.

"Yo un día lo vi cruzando con un niño gorila llevándolo agarrado de su mano", dijo otro.

Todos a los que les pregunté coincidieron en señalar que regresaba siempre con la bolsa llena de cocos.

"Es un gorila de buen carácter e inofensivo con la gente que lo llega a encontrar", pensé convencido.

Supe también que cuando pasa del lado de las montañas, donde vive, a la playa, donde recoge los cocos de las palmeras, aprovecha para zambullirse un rato en las cálidas aguas del Caribe; y una que otra vez se le ha visto haciendo castillos de arena sin que nadie lo moleste.

Hay paseantes que le toman fotos de lejos, pero esto, mas que molestarle, como que le gusta; pues siempre que nota que va a ser fotografiado, sonríe lo mejor que puede. Sin secarse el agua del cuerpo, toma su bolsa de yute toda llena de cocos y procede a regresar a su hogar, del lado de los montes, ahí por los manglares.

Sólo come cocos y algunos frutos menores y se sabe que vive con una gorila hembra y un niño gorila, por lo que ella lo espera con afán para prepararles la comida a ambos.

Saben que la vida está difícil, por lo que hasta el momento sólo han tenido un pequeñuelo. Si las cosas mejoran en general, piensan aumentar su descendencia más adelante y hasta se cambiarían de casa. Buscarían una cueva con corrientes de aire y con agua natural-- un río, probablemente-- que les quede cerca.

El gobierno de la región está siempre pendiente de el bienestar de esta especie en extinción y hay dìas que del lado de las montañas pasan a dejarles costales con bayas, moras y cocos, para que este gorila no se arriesgue tanto cruzándose de un lado a otro a cada rato.

Se implementó un dispositivo de seguridad permanente desde hace meses, poniendo señales en la carretera que dicen "Cuidado Paso de Gorilas".



laj

domingo, 29 de noviembre de 2009

Grandeza

¡Ay, papá! ¡Mira qué chichotas!

El niñito de unos cinco años causó risas de la gente que esperaba con ansias entrar al teatro. Un mural con motivos aztecas dentro del mismo fue el responsable de la exclamación espontánea de este pequeño.

Una señora de corta estatura que andaba por ahí, al oír al chamaco, se tapó apresuradamente sus dos chiquitines bolillitos que crecían de su pecho.

Pero había una señora distraída formada en la fila de la taquilla, que creyó que el niño se dirigía específicamente a ella. Apenada por cargar con tremendos bultos de tamaño descomunal, se vio en la urgente necesidad de huir de ahí a toda velocidad.

Se salió de la fila, sin voltear para atrás corrió rauda y veloz. Se cruzó avenida Insurgentes y el Metrobús le dio un aventón.

Hoy se recupera en un hospital del sur de la ciudad por los golpes recibidos y de paso aprovechó para reducirse a tamaño minimosca semejante par de senos, para que la gente deje de meterse con ella.



laj

jueves, 26 de noviembre de 2009

Manjar


Supe de una receta para arañar el cielo. Riquísima, por cierto. La misma llegò a mis manos una tarde que visité una tienda de antigüedades y regalos. Husmeando entre las cosas más polvorientas del local, me percaté de un frasco como de cobre, cuyo contenido eran hojas y hojas de amarillento papel. Con cuidado tomé la hoja que más cuerpo tenía y la que pudo resistir ser agarrada sin maltratarla tanto.

Me la llevé por una irrisoria cantidad. Ya estando en casa preparé todo para llevar a cabo esto que a primera vista parecía ser una delicia. Y lo era.

Era de una simpleza aplastante. Al contenido había que aplicarle agua y una pizca de sal.

Había que licuarlo a la velocidad más baja y durante diez segundos para que no se deshiciera por completo la masa principal, producto de esta receta.

Era necesario que los intestinos, ojos, cabeza, ligamentos, músculos y huesos de los ocho cuyos gorditos, se apreciaran semi-enteros aun despùes de ser licuados, para seguir al pie de la letra la receta.

Al final se podìa agregar un poco de aceite de oliva para quitar un poco el sabor tan fuerte de la sangre, aderezando el platillo con unas seis almendras pasadas por mantequilla.


Nota Final: los cuyos deben tener entre dos y tres meses de nacidos. El agua debe ser embotellada.


laj

martes, 24 de noviembre de 2009

Mutis

¡Eres un monstruo!-- me gritó mi señora inesperadamente, temblándole la papada.

Con no poco enojo recogí mi abombada, grande y escamosa cola, llena de una masa gelatinosa indescriptible. Pesadamente me la enredé en la espalda y agobiado por el mal humor de mi mujer, salí corriendo de la casa en mis 247 huesudas y retorcidas pezuñas.



laj

sábado, 21 de noviembre de 2009

Pasta


Ayer recibí una invitación por correo a una cena-gala que se va a celebrar en Alemania, el último sábado de este mes, con motivo de mis sesenta años de actor.

Nunca, hasta este día, había recibido ningún tipo de reconocimiento. De nada.

Sé que las películas en las que participé no fueron lo exitosas que los productores y directores hubieran querido. Pero no le hace. Al fin había llegado mi momento. Sería nuevamente hermoso estar entre los reflectores, las actrices, la prensa, el olor a éxito.

Al llegar a Dusseldorf, Alemania; la gente de la producción y los patrocinadores fueron por mí al aeropuerto. La prensa me detuvo unos minutos y yo gustoso accedí a dar algunas entrevistas.

Era una noche helada, pero la calidez de la gente que me recibió, hizo que me olvidara del frío.

La noche siguiente era el evento. Los reconocimientos fueron para varios actores y actrices con trayectoria de cincuenta años y más. Primero cenamos unos riquísimos ravioles y langosta, acompañados con vino tinto del Rin. 

Esperé. Esperé.Y esperé. No escuché mi nombre y el evento ya había acabado. Ni siquiera como una mención especial. Nada. La gente se despidió y se retiró contenta. Me dio gusto ver a tanta luminaria con la que había trabajado alguna vez. El glamour del evento fue desapareciendo poco a poco junto con toda la gente que iba abandonando el lujoso lugar.

Ni hablar. Lo tomé con madurez. No quise pedir explicaciones y me fui. Encendí un cigarro. Lo fumé en la calle en el transcurso a mi hotel.

Sí. Tengo más de sesenta años de actor y he participado en películas con la gente que estuvo en el evento. No entiendo qué pudo haber ocurrido.

Hoy es una mitad de Ribotril y dos de Diazepam. ¿O una de Diazepam? ¿Cómo era?



laj

viernes, 20 de noviembre de 2009

Bebé

-- ¡Viejo, el bebé está llorando!
-- Ve tú; la vez pasada me arrancó dos dedos.
-- Está bien.

La mamá lo cargó, lo arrulló y lo depositó nuevamente en la cuna.
En el silencio sepulcral de la noche, el bebé se salió de la cuna con gran agilidad. Una vez que había probado carne humana ya no deseaba conocer otro tipo de alimento.

Se deslizó por debajo de las cobijas y devoró lentamente a su presa de los pies hacia la cabeza. Cuando iba royéndole el cuello, el papá despertó todo adolorido y espantado.

-- ¡Mujer! ¡Haz algo! ¡El bebé! ¡El bebé! ¡El...!

Los bebés han cambiado es estos tiempos. Ya no son como éramos nosotros. Con las hormonas con las que se alimentan las madres modernas, han alterado los cuadros genéticos y los comportamientos que antes se veían. Además, la leche materna también sufre de alteraciones, mismas que son transmitidas al nuevo ser.


El bebé se cenó al papá. Le dio un besito a su mami en la mejilla y con sonrisa triunfal de ambos, regresó a su cuna a dormir plácidamente. Sin culpa alguna.



laj


domingo, 15 de noviembre de 2009

Llegará el Día

--¿Papá, de qué están hechas las estrellas? Me preguntó un día mi hijo Jácome, de seis años. "No sé, hijito. Déjame ver el fut y vete a jugar", recuerdo que le contesté.

Entonces se me quedó viendo fijamente. Cerró sus ojos y con un gesto de denodado esfuerzo provocó que sus órbitas oculares salieran volando como dos proyectiles hacia donde yo estaba, viendo la escena atemorizado. Aventaba por sus cuencas chorros interminables de sangre. De sus oídos comenzaron a salir palomitas de maíz con mantequilla y por su nariz escurrían kilos y kilos de chícharos dulces.

Como poseído, se enfiló hacia la puerta y sin voltear la cabeza hacia atrás, se fue. Se elevó hacia el cielo buscando el horizonte.

Sí. Se había cumplido la última señal que anuncia el fin.



laj

jueves, 12 de noviembre de 2009

Un Duende

Un día me quedé trabajando hasta entrada la noche en mi oficina. Cansado y sin muchas ganas de seguir revisando mis correos en la compu, me levanté a servirme un vaso con agua. A esas horas se oía el agua correr por las tuberías, el sonido de la luz encendida, el que hacía el cpu de la computadora. Eran casi las dos de la mañana. En la calle se escuchaba el ladrido aislado de algún perro callejero.

Debo caminar cerca de veinte metros para llegar al dispensador de agua. Una vez que me serví mi segundo vaso, porque el primero me lo tomé ahí mismo, me regresé a mi escritorio, ya decidido a terminar.

Pensaba que una hora más sería suficiente para irme a casa. En esas estaba cuando vi un ratón atravesarse en mi camino. O eso creí, porque era un ratón vestido como ser humano. "Entonces, no es un ratón", pensé, cuando vi que se asomaba de abajo de un pedazo de alfombra el ser más pequeñito que mis ojos hayan visto. Era un ser del tamaño de medio dedo meñique, hombre, de unos treinta años, y vestido con un suéter con cuello de tortuga de tres colores; azul marino, negro y verde botella, y un pantalón de mezclilla. Se veía contento con su cuerpo y con su forma de ser. Con una seña me indicó que me agachara para decirme algo. La verdad no sentí miedo y me agaché para escuchar lo que tenía que decirme.

--Vivo aquí desde hace tres años y me he alimentado de pedazos de pizza y de pasteles que se les caen a los empleados cuando hacen comidas aquí adentro. no tengo nada contra los carbohidratos ni contra los empleados que me han dado de comer durante este tiempo, pero tú sabes que necesito mantener una alimentación equilibrada, porque al igual que tú, tengo que mantenerme sano para no adquirir enfemedades como osteoporosis o diabetes- dijo.

Hablaba como cualquier ser humano normal, con un ligero acento de americano del sur. Pareciera que hubiera vivido siempre entre nosotros. Me cayó bien. Era amigable el pequeñin.

Platicando más en corto, llegamos a un acuerdo: él trabajaría para mí, con la condición que no le dijera a nadie que él existía.

El, de hecho, nació dentro de una computadora hecha en Sillicon Valley, California, Estados Unidos. Un buen día, esa misma computadora la mandaron para México con él adentro. Fue un error, pero ya no pudo hacer nada este personaje. Eso fue hace como quince años y él ha estado viviendo de corporativo en corporativo y de oficina en oficina. Adonde quiera que mandan la computadora él está presente.

Con cierta pena, me confió que era un experimento de la NASA para arreglar todas las computadoras por dentro y con la inteligencia y forma humana que el caso requería. Era un secreto de estado, por eso sus transistores y circuitos internos le mandaban esconderse para no ser visto por la raza humana. Así como él, había miles en el país del norte. Habían sido diseñados para trabajar. Aun con esto, esta criaturita, poco a poco se iba pareciendo más a los humanos de verdad. Pensaba que era tiempo de ir buscando una compañera y de cuidar mejor su cuerpo.

El arrreglo fue sencillo: me pidió que lo alimentara después de la media noche con comida sana y él podía trabajar para mí. Le dije que en la empresa las contrataciones estaban cerradas y que de mi bolsillo podía pagarle muy poco. Me comentó que con la comida se sentiría pagado. No me pidió prestaciones ni seguro social. ¡Uf!.

Se colocaba sobre el teclado y yo empezaba a imaginarme lo que tenía que plasmarse en la pantalla de la compu. Automáticamente y como si el duendecito y yo estuvieramos conectados con bluetooth, comenzaba a saltar alegremente sobre las teclas a una velocidad vertiginosa. Escribía lo que yo estaba pensando. ¡Era una maravilla!

Mis trabajos y presentaciones me las hacía mi nuevo amigo.

Si no hubiera sido por su espíritu de aventurero que tenía hubiéramos durado más tiempo trabajando juntos. Se cansó que le diera de comer sólo ensaladitas-- "si no soy conejo", una vez me dijo-- y después no pedía, exigía que le consiguiera cualquier cantidad de sopes, huaraches, quesadillas, tamales, tlacoyos y todo lo grasoso, que tanto le gustaba. Se quedó muy mal acostumbrado a su anterior dieta. A mi me preocupaba su salud. Era ya un semi obeso.

Un día le platiqué que toda el área de sistemas de la empresa se iría a Cuernavaca por cuestiones de estrategia empresarial. Estoy seguro que hizo hasta lo imposible para colarse en alguna computadora e irse para allá. Estaba ya harto de la ciudad y el smog que tanto le dañaba sus circuitos. Y sobre todo de la alimentación. Ya no supe de él. Como a un hijo que se va, lo dejé ir sin derramar lágrimas. Allá la va a pasar mejor por el clima y la vida es más relajada. También hay toda clase de alimentos. Aunque no se despidió de mi, no le guardo rencor.

Nunca más supe de él. No supe cómo se llamaba.

Ahora, cada que enciendo la computadora y empiezo a escribir me acuerdo de él y su pequeña figura la imagino saltando de una tecla a otra.



laj







 

lunes, 9 de noviembre de 2009

Cortos II

La policía siguió mi rastro y me encontró cerca del lago del cerro, a un lado del cementerio, alimentándome de hierbas. De nada me sirvió huir a las montañas tratando de evadirme de la acción de la justicia. Fue inútil. Todos en la aldea saben que yo fui el culpable de embarazar a las seis "hijas" de don Ovidio.

Las camadas de becerros salieron todos igualitos a mí.




laj

El Jardín Florido

No. El jardín no era el mismo que yo vi. No era ese lugar cuidado y regado con amor. Había un cierto descuido. Un cierto envejecimiento muy explicable. Los perros también ya eran unos viejitos para su edad. Ladraban con suma dificultad y ya no imponían el respeto de antes.

Las enredaderas habían crecido para todos lados, sobre todo, habían escalado las paredes sin orden alguno. Las plantas de las macetas estaban marchitas y algunas, gracias a estar a la intemperie y alimentarse clandestinamente de agua de lluvia, habían permanecido creciendo y creciendo.

Había tristeza. Mucha tristeza. Porque con el paso del tiempo la basura del jardín se iba acumulando. Era un panorama desolador y ciertamente enfermo. El paisaje se descomponía con el paso de los días. Porque nada puede estar igual de fuerte y de bello con el cruel paso de las horas.

Los pajaritos que aún sobrevivían dentro de sus jaulas de varilla oxidada, comían el poco alpiste que aún había en el suelo de la misma.

Se respiraba un olor a soledad; a olvido. A pesar de las ganas de recuperar el jardín para volverlo a ver florido, como estuvo siempre, el mismo jardín se moría poco a poco. Ya no había forma de revivirlo, porque cuando ya no hay salud, ningún jardín, por bonito que haya sido puede ser como antes.

Olía a tristeza. A lamentos ahogados. A adiós.

Sólo había que esperar, no había otra solución. Esperar. El Jardín Florido dejaría de existir porque así estaba escrito en la historia de los jardines. Había que evitar llorar de tristeza. Si acaso, habría que llorar de alegría. Pues un jardín con tan buenos sentimientos, de tan buena memoria, de tan gratos recuerdos y de compañía infinita, no se puede olvidar. Muy al contrario. Todos quienes le conocimos le quisimos mucho. Disfrutamos cada momento a su lado. Supimos quererlo y él a nosotros. Y por eso, con el infinito e inacabable amor que siempre nos dio y porque sabíamos que ya estaba agonizando, sufriendo, quisimos que mejor estuviera bien; que ya no hubiera dolor en él; porque al padecer él lo hacíamos nosotros. Y quien sabe querer quiere que su parte amada no sufra, no llore, no padezca.
Y si ya lo ha hecho por un tiempo, es momento de rezar por él para que descanse en paz.


2004
laj


La Noche Larga

Le gustaba observar las estrellas todas las noches. Una vez que llegaba la noche no quería hacer otra cosa mas que subir a la azotea y contemplar la infinitud del cielo y el cintileo de las estrellas.

No le atraía ver la televisión, oir la radio y ni siquiera leer. Tenía la firme esperanza de que algún día,-- como le dijo su abuela cuando era pequeño -- sus padres regresarían por él y lo llevarían adonde ellos estaban.
El creía con fervor que lo que le había contado su abuela era verdad. Y así, noche tras noche, en sus ensoñaciones se imaginaba cómo serían sus padres; ya que ellos murieron siendo él un bebé. Su mamá; ¿sería alta, bonita? Su papá, ¿apuesto, inteligente?

Cientos de noches esperaba ese momento mágico y maravilloso que ellos llegaran por él. Se llenaba de ilusión y esperanza, nada ocurría y llegaba el amanecer, seguido de una infinita tristeza que lo hacían deprimirse y dormir la mayor parte del día, con un sólo objetivo en mente: esperar a que llegara la noche.

Conforme fue creciendo se fue volviendo un evasor de la realidad. No tenía amistades y sólo hablaba lo indispensable. Con el correr del tiempo era un fervoroso amante del cielo nocturno y todos sus secretos. El mismo inventaba sus propias historias en torno al negro universo. Se sumergía en toda su magnanimidad y belleza. Estudiaba las constelaciones. Aprendió a reconocerlas. Conjeturaba acerca de cómo serían sus padres; bajo qué forma se presentarían; cómo irían vestidos y cosas así.

Pero cuando nada pasaba en la noche en turno y el sol se asomaba, estallaba en amargo llanto debido a la decepción de la ilusión truncada. Una y otra vez, todos los días era lo mismo. Por la mañana y tarde se llenaba la cabeza de anhelos y ensoñaciones, para esperar la noche con gran afán. Y debido a todo ese fatigoso tren de vida, descuidaba su alimentación, su aspecto y a todo él. Y esto fue lo que acabó con su frágil cuerpo de adolescente.

Una noche de negrura profunda en la que la luna alumbraba con su tibia luz, se quedó mirando al infinito, sin gesto alguno, y poco a poco fue palideciendo hasta que sus pupilas se quedaron petrificadamente fijas.

Muy dentro de él vió cómo llegaban sus padres muy sonrientes, lo abrazaban, lo llenaban de besos y, por fin, después de tanto tiempo de espera, llevarlo con ellos, para ya jamás separarse y estar siempre juntos los tres.



laj

sábado, 7 de noviembre de 2009

Cuento Corto

Era de noche y dormía plácidamente. Un extraño regurgiteo oí en mi estómago. No habiendo cenado esa noche, me levanté de mi cómoda y calientita cama. Me metí a la cocina a prepararme un rico sandwich de algo que saciara esa hambre inmensa que sentía. Ocupado estaba buscando la mayonesa cuando ruidos
raros provenientes del refrigerador llamaron mi atención.

Cuando uno tiene hambre, el primer lugar que revisa, invariablemente es el refri. Al abrirlo sentí que se me caían los pants que llevaba puestos, debido a la repulsión que me causó ver todo aquello. Cientos, miles, tal vez millones de cucarachas iban y venían por todos los contornos del refrigerador, en un bacanal de suciedad y en una orgía de asco inmenso. Sintieron mi presencia, pero ni se inmutaron, las muy cínicas. Las dejé en paz y vi que de ahí no iba a obtener sino pura bazofia.

Buscando alguna otra alternativa me topé con un frasco de cajeta que tanto me gusta. Abrí la tapa y... ¡oh, sorpresa! Había más cucarachas que cajeta. Supuse que los insectos no iban a compartirla conmigo por la cara de enojo que pusieron. Así que también dejé que hicieran y deshicieran dentro del frasco.

Soporté el hambre gracias al asco y náuseas que sentí después de esta terrible experiencia. Me senté en el sofá a ver televisión. Era ya de madrugada. Súbitamente una cucaracha atravesó la sala haciéndome muecas de burla y sacándome la lengua. La correteé y estando a un paso de apachurrarla, me arrepentí, ya que me acordé que ellas eran más que yo, por lo que mejor la dejé vivir. La muy ingrata ni las gracias me dio de haberle perdonado la vida. Seguí viendo la tele y pronto entré en un estado de somnolencia casi total.

Mientras luchaba por no dormirme, encima de la televisión vi moviéndose en una interminable fila india, ejércitos de insectos cafés con antenas y seis patas, bastante repugnantes. Me veían fijamente y murmuraban algo en contra mía. No les hice caso y traté de ignorarlas volteando hacia otra parte. Justamente en ese momento caía del techo una cucaracha cachorro. Era macho, célibe e imberbe. Lo noté nomás le vi. Al caer al suelo con cara de espanto comenzó a correr, pero esta vez no me tenté el corazón para dejarle que probara la suela de mi zapato. Aún pude ver su cara de angustia y pavor congelado que refleja cualquier ser que está a un paso de la muerte. Al oprimir mi zapato contra su pequeña humanidad, emitió un crujido bastante sonoro y agradable. Sus dos pequeños ojos salieron volando y sus sesos quedaron regados en el suelo. Fue algo lindo.

Pronto cesó el ruido que hacían las cucarachas de la cocina, las que estaban en la cajeta, las que andaban de arriba para abajo de la casa y las de la tele. Estas últimas me veían de manera horrible. El ambiente se había vuelto cada vez más denso y pesado. Un nudo en la garganta me impedía respirar libremente. Quise apagar la tele y escapar, pero hasta el control remoto ya había sido tomado por las pequeñas asquerosas. Me levanté del sofá y al voltear la vista a él, éste estaba completamente tapizado de los bichos repugnantes, que cada vez eran más y más.

-- Supongo que están un poco enojadas por la muerte accidental de la cucaracha cachorro, ¿verdad?-- les dije con una voz quebrada e inaudible. Ellas ni me contestaron. Se limitaban a verme feo y a acercárseme cada vez más. Veía cada vez más lejana la ocasión para escapar, ya que las ventanas y la puerta principal estaban repletas de ellas.

Estaba de pie en el centro de la sala y las cucarachas hacían un círculo alrededor mío. Pensé en proponerles una tregua, pero apenas comencé a hablar, se aventaron contra mí. Tuve que saltar encima de muchas de ellas para tratar de escapar. Pisé a muchas, pero muchas más se hicieron para atrás y salvaron el pellejo. Me abalancé hacia la puerta a bayoneta calada; la lucha era cuerpo a cuerpo. Mientras unas me mordían, otras me arañaban y algunas más me escupían, yo trataba de llegar a la puerta principal.

Preso de un pánico espantoso sentí que me vencían; ya se me habían colgado por todo el cuerpo. De milagro logré abrir la puerta y al ver la calle, casi grito de felicidad al ver mi salvación tan cercana.

Mi gusto se esfumó cuando una de las cucarachas más robustas me zancadilló fuertemente y me hizo caer al suelo. La batalla era encarnizada. Caí boca abajo y sentí como entre el pantalón y mi pierna subían infinidad de ellas. Cerraron la puerta. Esta vez quise gritar. Gritar y llorar de ansiedad y desesperación, pero no pude.
Mi boca había sido paralizada de tanta cucaracha que a ella se había metido.

Ya no sentía la lengua, creo que me la habían devorado; ni tampoco oía ni veía. Las muy malvadas se habían apoderado de mis órganos sensoriales. Lo que me estaba sucediendo era algo infrahumano, fuera de toda imaginación enfermiza. Era abyecto, desesperante. Terrible.

Traté de levantarme, pero en la espalda sabía que más de un millón de ellas estaban ahí, mordiéndome, pegándome y devorándome; eran muy pesadas. El aliento poco a poco se me iba terminando.

Mi error había sido grande. Maté a una de ellas sabiendo que eran más que yo.

Por mis oídos entraban y ya las sentía en el cerebro, ¡¡dentro de mí!!

-- Esto no puede estar pasando. ¡Aaaaghh!

"De ahora en adelante no vuelvo a matar a nadie", logré aún pensar, mientras mis ojos se cerraban pesadamente.



laj































     

jueves, 5 de noviembre de 2009

Venganza

--¡Mañana juegan las Aguilas de visitante!-- dijo el novio enfebrecido por la atención que quería que le brindara Juanita, su novia.
Ella parecía francamente muy aburrida por la insulsa plática, que por cortesía, seguía con simulada atención.

Preso de una ardorosa pasión, siguió:-- ¡Y vas a ver, te apuesto lo que quieras que el siguiente partido que van a jugar contra los Titanes lo ganarán por goliza!-- acabó su comentario, con los ojos inyectados de emoción y una mirada clavada en el futuro; en el día del partido.

Juanita dejó de abrazarlo al ver que Julio, el hijo menor de Silvio el cartero, le dedicaba una mirada de puro deseo. "Guapo, joven, con plática interesante", pensó ella. Sin pensarlo mucho le escupió a la cara de su hasta entonces soso novio la mortal frase: ¡Hemos terminado! Prefiero a una persona que me platique de cualquier cosa, menos de futbol, ¡naco!--se justificó la joven prejuiciosa.

¡Sopas! La gente que pasaba cerca de tan desagradable escena gozaba con la cara desangelada y triste de Ramón. Gordas lágrimas de decepción recorrían su cachetona cara. Se secó los mocos con su playerita del América, viendo como su ex-novia corrió hacia su nuevo amor y abrazados se fueron juntitos caminando hacia la Alameda.

Ramón cambió de deporte. Ya no le gusta el futbol. Ahora juega golf y es un pertinaz competidor en todos los torneos a nivel nacional. En sus ratos de ocio se va a Valle de Bravo a surcar las calmadas aguas de la laguna en su velero "Justicia Divina".



laj






 

martes, 3 de noviembre de 2009

Saña


Nunca la había visto en ese plan. Se puso muy pesada. ¡Y cómo no iba a estar así! ¡Si se tomó dos botellas de mezcal con todo y gusano, ella solita! Vomitó. Lo hizo sin miramientos, una y otra vez. Su rostro enverdeció y sus ojos se hincharon espantosamente. Estaba semidesnuda, pero nada parecía importarle. Se desplomó. Se pegó en la nuca y luego comenzó a reír. Rió y rió sin parar. Su risa era nerviosa. Le pedí que se levantara, pero estaba briaguísima; sus ojos me lo decían. Enseguida contuvo el aire al máximo y le reventó el estómago, dejando ver sus vísceras por aquí y por allá. Yo la veía con repugnante asco. ¡Puaj! No soporté más y la pateé infinidad de veces. Después traté de armarla, pero me quedó un ser informe, sin pies ni cabeza. Agarré un pedazo de tabla que estaba a la vista y le pegué con la furia más espantosa que se tenga memoria. Cayó en miles de pedacitos y los revolví con la tierra de una maceta que estaba cerca, para que nunca se supiera otra vez de ella.  


laj

lunes, 2 de noviembre de 2009

Apocalipse

Había hambre, mucha hambre. Se olía en el aire el ruido de la necesidad de comer. Era un pueblo donde, las lluvias, las inundaciones y el mal tiempo habían acabado con las cosechas, plantaciones, huertas y todo tipo de alimentos. La gente estaba prácticamente encerrada en sus casas. El poblado más cercano estaba a tres días de distancia caminando. Había lodazal por todos lados y los dos volcanes que circundaban a su poblado, hacían erupción a cada rato y la lava estaba hecha ya roca, dejando tapadas los caminos de entrada y de salida de este infausto pueblo. La situación ya llevaba dos años así y no se había recibido ayuda de nadie. Ni siquiera se había visto pasar algún avión cerca del lugar. Estaban solos. Sabían que ya no recibirían nunca la ayuda de alguien. No había luz y las telecomunicaciones inservibles.

La gente se decidió a hacer lo que era necesario hacer. Ayudados por sus perros procedieron a buscar a todos los gatos de la comarca. La carne de los felinos era pellejuda y sin sabor, pero y qué; era carne. Después siguieron las ardillas, ratas, tuzas, ratoncitos y los insectos que aún se movieran en este pueblo de muerte. Como los accesorios de comida habían desaparecido y obviamente no había gas para cocinarlos, la idea a seguir era corretear al animalito hasta cansarlo, agarrarlo y así como se atrapara, meterlo a la boca para deleitarse con su poca carnita. La gente ya no tenía asco, ni náuseas. Era peor estar viviendo bajo el lodo. El miedo a los animales había desaparecido. El hambre era ya hambruna. La locura ya era parte de mucha gente que aún sobrevivía ahí. Más de la mitad, en el transcurso de los últimos dos años, habían muerto. Antes se enterraban y se les daba cristiana sepultura. Ahora no. Ya no. Cuerpo que morïa se repartía entre los más débiles y los de mayor edad. Ya no había autoridades en este sitio. Reinaba un orden trágico. Una cierta disciplina por guardar educación y valores hasta lo último.

Después de los gatos, los perros--que estaban bien gorditos-- fueron los siguientes en ser engullidos por los pobladores. Los nativos libraron desgarradoras batallas contra los carnosos canes. Era una guerra a matar o morir. Pero de todas todas, ganaron los humanos. Había gente que en el afán por comerse a los perros llegaban a sucumbir ante ellos en sus tremendas fauces.

Todos contra todos. Una vez que se acabaron los animales siguió la madre de todas las batallas. Los niños, enfermos y gente mayor, fueron los primeros en caer ante los más fuertes. Los aldeanos se correteaban entre sí. Al final sólo quedaron dos individuos hombres, entre 25 y treinta años.

Acordaron no volver a padecer hambre nunca más y si había que morir se morirían los dos juntos. Según recordaban y habían leído en un artículo de internet hacía años, el cuerpo humano es un caudal de nutrientes .
Se alternaron para irse comiendo uno al otro, poco a poco. Primero se sacaron los dientes. Se dejaron seis cada uno para poder comer de ahí en adelante. Los molían con piedras y se los comían como si fueran chamoy. Dicen que era muy bueno para no padecer osteoporosis. Después uno y luego el otro, se fueron arrancando los dedos de los pies. Ya no se podían levantar. Sabían lo que vendría. Cada pedazo de carne era una delicia; un manjar. Una caricia para sus estómagos maltratados de tanto padecer hambre. Ahora era abundante y hasta escogida. El ojo izquierdo; las dos orejas; pedazos iguales de mejilla y barba. Uno y otro un trozo de lengua. Tragaban cada bocado con la misma sangre a chorros que manaba de sus cuerpos despedazados. La debilidad por la pérdida de sangre la compensaban con las energías adquiridas por las mismas proteínas ingeridas.

Una pierna, la otra; el brazo izquierdo, la nariz. Uno y otro se nutrían con las partes del otro. El cabello, las pompas, los genitales. Todo. No había desperdicio.
Así se la pasaron dos semanas. Un riñón, un pulmón, el intestino delgado, los huesos, el bazo, el apéndice. ¡Mmm!
¡Era un festín!

Lo último fue el ojo derecho, el cerebro y rápidamente, el corazón. Lo hicieron rápido para que murieran mientras seguían comiendo.

Días despúés nuevos pobladores llegaron al lugar. Ya había paso. Lo único que quedaba del antiguo poblado eran estos dos glotones hechos una masa amorfa, aún con sangre escurriendo por todos lados y oliendo a desperdicio.

La autopsia reveló que estos dos sujetos estaban bien nutridos. Con la exacta cantidad de proteínas, vitaminas, minerales, y carbohidratos que requiere un ser humano.

"¿¡Cómo unas personas tan sanas pueden morirse!?" Fue el comentario de los nuevos lugareños.



laj