domingo, 25 de octubre de 2009

Un Relato

Viendo las esculturas traídas desde Europa en la sala principal del Museo de Arte Post Modernista Cubista, me sucedió algo inusitado, increíble.

Absorto me encontraba contemplando la estatua de mármol de un hombre joven de proporciones griegas, cuyo título era el de "Nachito el Machito", cuando sentí un suave murmullo en mi oído, seguido de un aroma de mujer único. Con toda la desconfianza que el suceso me provocó, volteé lentamente sin pensar siquiera lo que mis ojos iban a ver: la mujer más hermosa que había visto en toda mi vida. De cabello rizado y castaño, ojos azul-verdoso, con un brillo excepcional en ellos y una figura de ensueño.

Sus senos grandes, turgentes, se asomaban por entre la sedosa blusa blanca que intentaba cubrirlos; sus caderas resaltaban por debajo de una falda negra entallada, que hacía lucir intensamente su cuerpo de diosa.

Ahí estaba frente a mí sonriendo de un modo angelical y con un aire de picardía que me entusiasmó conocerla. Me habló en alemán, supongo, y luego en francés. No le entendí. Le pregunté que si hablaba inglés, no me entendió. Me alcé de hombros y reí divertido, mientras ella dibujaba en una tarjeta en blanco una casa y dos muñequitos, un hombre y una mujer besándose. No quise echar a volar mi violenta imaginación, pero eso me sonaba a una abierta y franca declaración. Hizo un movimiento con su dedo índice y la seguí.. Salimos del museo y tomamos un taxi. En un español malísimo combinado con algo de francés, le dijo al chofer que nos llevara al hotel donde se hospedaba. En el camino intercambiábamos miradas de complicidad y reíamos, aunque no hubiéramos cruzado algún diálogo por corto que fuera.

En el cuarto del elegante hotel, lo primero que hizo después de cerrar la puerta tras de sí fue desnudarse apresuradamente y meterse a la cama. Sin entender muy bien seguí su juego e hice lo mismo. Fue algo formidable. Acariciar su exquisito cuerpo, deleitarme haciendo el amor, fascinado de estar con ella, tan linda, tan única. Toda la noche gocé como nunca lo había hecho en mis más de cuarenta años de existencia. Fue una velada delirante.

Al despertar oí que el agua de la regadera caía y caía. Después de quince minutos me alarmé al escuchar el mismo ruido monótono del agua cayendo sobre el suelo del baño. Al asomarme vi lo que sospechaba: no había nadie. Dejó abierta las llaves del baño para distraer mi atención, pero, ¿por qué? La respuesta la obtuve casi de inmediato cuando vi a través de la ventana cómo una nave gigantesca tendía una escalerilla por la cual subía la desconocida con una gran sonrisa en la cara.

¿Cuál habrá sido el motivo de su raro proceder? No sé, pensé mil cosas y de inmediato corrí a verme al espejo y descubrí que inoculó en mí algunas características espaciales, como un par de antenas de plástico y una larga cola de ratón que hasta la fecha no puedo hacer desaparecer.


laj







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