Bajé despavorido las escaleras y al alcanzar la calle volteé hacia la ventana de tu departamento. Ahí seguías haciendo muecas y ademanes descompuestos. Amenazaste con aventarte al suelo si no te hacía caso. Te grité que todo había acabado entre los dos. Y terca, como siempre fuiste, te dejaste caer desde tu ventana en el piso 18. Ahí venías a toda velocidad por el aire con cara de susto y sin una sola prenda que cubriera tu cuerpo. En tu vertiginosa caída libre arrancaste dos antenas de tv, tiraste una maceta y una jaula de pericos voladores.
¡Cock!, se oyó de repente y todo en un instante acabó.
¡Qué bárbara! No te alcanzó el tiempo ni la vida para darte cuenta de qué modo ensuciaste el suelo y el dinero que tuve que desembolsar para pagar las dos antenas que tiraste y a los pobres pericos voladores que se murieron del susto.
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