jueves, 29 de octubre de 2009

Inscripción en Roca

Juré que nunca contaría lo que a continuación relataré, pero un amargo sabor a culpabilidad me ha orillado a hacerlo. Y lo quiero difundir porque necesito que se enteren de una historia que ahora es leyenda, que no por eso es menos importante.

Al final del arcoiris, justo atrás del volcán más alto de la región, en una de tantas cavernas vivía una familia común, de clase media acomodada, que disfrutaba las bondades de vivir en plena comunión con la naturaleza. En esta familia había una pequeña cavernicolita de nombre Claudia, quien a pesar de sus escasos ocho años, ya correteaba osos y estrangulaba jabalíes con sus manitas, labor propia de todos los habitantes hombres del lugar.

Ella contaba con la admiración de los integrantes de la aldea y sonreía cuando se le adulaba, era muy feliz. Bueno, eso creían todos los aborígenes naturales del lugar y hasta su familia, pero nadie más que yo sabía de su gran secreto.que me confesó tiempo atrás. Quiso que no relatara su "tremenda pena", que yo no considero sino como una pequeñez infantil.

Con el transcurso del tiempo, cuando Claudia se ponía metas que no alcanzaba, se sumergía en una depresión intensa que curaba con sueño. ¡Sí! Como lo leyeron. La vida llegaba a tornarse tan difícil y poco llevadera, que sanaba sus ansiedades con pegar sus grandes ojos. Y cuando despertaba todo era fascinación y alegría., y en su sonrisa se notaba una grata sensación de comodidad con el mundo y con ella misma, salvo por un pequeño detalle que sólo yo, que sigo siendo el ser vivo más longevo en la comarca, pude darme cuenta aun antes que me lo contara.

Claudia lloraba con la mirada. Un largo lamento surgía de esos ojos desconfiados e inquisidores. Pero todo tiene un porqué en esta vida.

Como es natural, Claudia llegó a la edad en que dejó de pensar en cazar animales menos salvajes que ella y volteó la vista a su vecino de cueva, Ifigenio, hijo de su madre y de su padre, quien era un joven muy apuesto y buen partido para Claudia, la jovencita de las cavernas, terror de los osos y azote de los jabalíes. Pero como las cosas del amor son tan inexplicables como el mismo amor, Claudia e Ifigenio rompieron por una tontería: Ifi le ponía los cuernos con la mejor amiga de Claudia. Y así, sentida con las cosas del amor, se dedicaba a dormir para alejarse de la realidad para siempre, hasta que despertaba, claro.

Esto fue suficiente para dejar una huella indeleble en su recuerdo y en su grandiosa sensibilidad, que se transluce en sus grandes ojos que buscan sinceridad y no traiciones en la demás gente.

Se dice que lo malo del primer amor es que nos va a marcar para toda nuestra afortunada vida, para bien o para mal, pero nos marcará. Será un lastre que arrastraremos a la tumba o será un suspiro eterno que llevaremos albergando con suave ternura en lo más rojo de nuestro corazón.

Y Claudia reía a carcajadas y lloraba con una mirada digna de ser plasmada en una de las cuevas de nuestro poblado. Y con su mirada se acordaba del cariño devoto que le profesaba a su primer amor, que a pesar de todo, lo extrañaba y lo quería tal vez más ahora que al inicio de su efímera relación.

Hace mucho que no veo a Claudia, pero espero que nunca olvide que no conté lo que juré no le contaría a nadie, y de hecho, cumplí mi palabra. Pues no se lo conté verbalmente a nadie, sino que lo inscribí en el interior de una cueva cercana al volcán para que todos vieran este escrito y se enteraran de algo que de vergonzoso no tiene nada.


Inscrpción dejada en una cueva por el volcán
cerca de donde pasaban los tigres dientes de sable
Valle de México 


laj

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