viernes, 23 de octubre de 2009

Los Tacos de Jamón

Era un día común, como cualquier otro. Iba caminando por una de las calles de la enturbiada capital. Caminaba y caminaba, cuando de repente, sentí unas inmensas ganas de volver el estómago, la cabeza me daba vueltas y la vista se me empezó a nublar. Sentía que el tiempo había dejado de avanzar, como si las aves hubieran dejado de cantar, como si yo no fuera yo. No sentía el suelo y, sin embargo, aún estaba de pie. Mi cuerpo languideció junto con mis piernas, desplomándome en el acto.

Al recuperar la conciencia me vi rodeado de unos raros seres de inmensos ojos rojos, de una delgadez extrema, con cabeza alargada y pelos en toda la cara. Estos entes me miraban feo, cosa que me asustó y temeroso les pregunté: --¿Quiénes son ustedes? ¿En dónde estoy? ¿De qué caverna de las profundidades de la Tierra vienen? ¿De qué cochambrosa coladera han salido?-- les dejé claro que tenía algunas dudas.

El ser más alto y el que parecía ser el jefe de todos dio un paso al frente y dijo: -- Tú no nos conoces, pero nosotros te conocemos a ti más de lo que imaginas.

Los miré dubitativamente, sentía una escalada de miedo que poco a poco se iba convirtiendo en pánico, no atinaba a creer lo que me había dicho ese feo ser.

Sin dejarme articular palabra alguna, el horroroso engendro continuó: --Sí, nosotros somos esos seres microscópicos nocivos que vivimos contigo. Somos todos los parásitos, virus, bichos y bacterias que radicamos en tu lombricienta barriga, repleta de suciedad y no sé cuantas porquerías más que comes-- me explicó muy dueño de la situación.

Casi conmocionado, agregué: --Entonces...¡Estoy en mi propio estómago!, exclamé más sorprendido que aterrado.
-- Sí, contestaron ellos con voz cavernosa.
-- ¿Y cómo puedo salir de aquí? ¿Qué debo hacer?-- pregunté, ya sumamente angustiado.   
Al acabar de decir la última palabra, se me abalanzaron gritando, enardecidos y excitados. -- Es que... ¡eres nuestro alimento! ¡Te estamos empezando a devorar! Es que... ¡acabas de morir!

La piel se me enchinó, mis dientes castañeteaban y mis rodillas temblaban sin cesar. En ese momento no podía pensar, no sabía qué hacer. No sabía si enfrentarme a esos raros seres o huir. Opté por lo segundo.
Corría y corría con todas mis fuerzas y con todas las ganas de no ser alcanzado. No quería quedarme a averiguar las temibles intenciones de esos seres diabólicos.

Muy pronto encontré en mi loca carrera un túnel oscuro y lúgubre y decidí meterme por ahí. Era un camino angosto, con un camino bastante estrecho y de superficie muy lodosa. Cada zancada que daba se me hundían las piernas hasta las rodillas, pero eso no era obstáculo que no pudiera librar para seguir huyendo de esa turba de demonios modernos que me correteaban . Me pisaban los talones, ya los sentía muy cerca de mí. Percibía sus respiraciones super agitadas en mis orejas. A lo lejos del túnel pude divisar una luz salvadora. Vi cercana mi salvación, apreté el paso y corrí como nunca en mi vida había corrido. En todo ese ansioso momento pude notar que había vientos cruzados y remolinos violentos por todos los lugares que confluían en el túnel oscuro.

Al llegar donde estaba la luz, pude ver que era el fin del camino. Sintiendo un fuerte rasguño en la espalda, me aventé hacia el cruel vacío dando un salto felino. Caía y caía dando vueltas por el aire. Todo era confusión. Por la vertiginosa velocidad a la que caía, no podía abrir los ojos y así, no sabía en qué iría a caer. En fracción de segundos sentí un fuerte y húmedo golpe en todo mi cuerpo. Al abrir los ojos me di cuenta que estaba sumergido en aguas turbias y nauseabundas. Nadé hacia arriba y haciendo un gran esfuerzo pude alcanzar la superficie. Al llegar a ella, divisé dos grandes troncos de tremendas dimensiones, de consistencia pastosa y de un olor particular y sumamente desagradable. Me trepé como pude a uno de ellos y al estar justo encima de él, éste se desbarató y volví a caer al agua, quedando justamente abajo de un pedazote del tronco que se acababa de deshacer. En ese mismo instante, los seres de los que huía hasta hacía algún rato, estaban aventándose desde el final del túnel y caían a discreción por todos lados. Hacía esfuerzos sobrehumanos por salir del enredo en el que estaba, pero el trozo era tan grande que no hallaba la forma de llegar nuevamente a la superficie. Los entes malévolos nadaban en dirección a mí. Sentía una espantosa angustia y desesperación. No podía aguantar más la respiración, todo se comenzó a ensombrecer, mi corazón latía terriblemente aprisa, creí que era el fin.

Me levanté de la cama y me fui a dar un paseo por el parque para olvidar el angustioso sueño que acababa de tener. Estoy seguro que este mal sueño fue provocado por los tacos de trompa con jamón que me comí la noche anterior, ahí afuera del metro Balderas.


laj




  







 












 








 

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