domingo, 25 de octubre de 2009

El Profesor Logaritmo


El profesor Logaritmo acababa de despedir a sus alumnos y así concluía una jornada más de su larga y extenuante profesión, cuando escuchó gritos extraños que provenían del patio principal de la escuela. Con toda la curiosidad que a pesar de su avanzada edad aún conservaba, bajó apuradamente las escaleras y corrió al lugar donde provenían los alaridos. Al llegar al patio principal sólo observó al perro del conserje jugando con un trapo y a uno que otro estudiante rezagado que todavía no dejaba la escuela. Con un gesto de curiosa indiferencia y rascándose la cabeza regresó al salón por sus cosas. En el pasillo que daba a su salón lo estaban esperando unos raros seres de formas terribles, de caras descarnadas y cuerpos ensangrentados que se le abalanzaron amenazadoramente. El profe gritó a todo pulmón y nadie fue en su auxilio. Sus gritos rebotaban en las paredes de la escuela. Corrió hacia el otro lado del pasillo y como pudo se escondió en la bodega de intendencia. "Dios mío, ¿me estaré volviendo loco?",  se preguntó con sobrada razón mientras limpiaba sus gafas y tomaba aire con todas las fuerzas que un septuagenario tiene. Cuando hubo pasado el peligro el profe salió de la bodega con asombrosa cautela y nuevamente enfiló hacia su salón, mientras la suave luz lunar bañaba los salones y patios de la escuela. Una vez frente a la puerta del salón la abrió lento, muy lento y de un solo movimiento se introdujo a él. Apurado se dirigió al escritorio y recogió su portafolios y su gabardina y un silbido escalofríante le hizo saber que no era el único en el salón. Encendió la luz y vio que las cincuenta sillas del salón estaban ocupadas por seres extremadamente pequeños, espeluznantes y sangrantes, feos. Lo miraban amenazadores. El profe Logaritmo sintió que el suelo se le hundía y que algo grande en su garganta le impedía gritar. Un sudor frío paralizó su cuerpo, mientras los raros entes se levantaban de sus sillas para ir tras él. Sofocándose alcanzó la puerta y tirando gabardina y portafolios trató de huir como pudo. Una vez en el pasillo tropezó con un bote de basura, se recuperó y echó a correr nuevamente, hasta que un centenar de cabezas flotantes de estos descarnados seres le salieron al paso y se reían en su cara.

Fue todo lo que el profe pudo soportar y con su débil cuerpo se subió al barandal y se tiró desde el tercer piso hacia el rocoso suelo del patio menor. Entre sus ropas se hallaron ocho frascos de Prozac de 400 pastillas cada uno y una anforita de ron de caña, casi vacía.

Los días siguientes al funesto hecho, las autoridades escolares decidieron incrementar las colegiaturas de la escuela. La noticia de la muerte del atribulado docente había dado la vuelta al planeta y el colegio era mundialmente famoso.




laj


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