jueves, 12 de noviembre de 2009

Un Duende

Un día me quedé trabajando hasta entrada la noche en mi oficina. Cansado y sin muchas ganas de seguir revisando mis correos en la compu, me levanté a servirme un vaso con agua. A esas horas se oía el agua correr por las tuberías, el sonido de la luz encendida, el que hacía el cpu de la computadora. Eran casi las dos de la mañana. En la calle se escuchaba el ladrido aislado de algún perro callejero.

Debo caminar cerca de veinte metros para llegar al dispensador de agua. Una vez que me serví mi segundo vaso, porque el primero me lo tomé ahí mismo, me regresé a mi escritorio, ya decidido a terminar.

Pensaba que una hora más sería suficiente para irme a casa. En esas estaba cuando vi un ratón atravesarse en mi camino. O eso creí, porque era un ratón vestido como ser humano. "Entonces, no es un ratón", pensé, cuando vi que se asomaba de abajo de un pedazo de alfombra el ser más pequeñito que mis ojos hayan visto. Era un ser del tamaño de medio dedo meñique, hombre, de unos treinta años, y vestido con un suéter con cuello de tortuga de tres colores; azul marino, negro y verde botella, y un pantalón de mezclilla. Se veía contento con su cuerpo y con su forma de ser. Con una seña me indicó que me agachara para decirme algo. La verdad no sentí miedo y me agaché para escuchar lo que tenía que decirme.

--Vivo aquí desde hace tres años y me he alimentado de pedazos de pizza y de pasteles que se les caen a los empleados cuando hacen comidas aquí adentro. no tengo nada contra los carbohidratos ni contra los empleados que me han dado de comer durante este tiempo, pero tú sabes que necesito mantener una alimentación equilibrada, porque al igual que tú, tengo que mantenerme sano para no adquirir enfemedades como osteoporosis o diabetes- dijo.

Hablaba como cualquier ser humano normal, con un ligero acento de americano del sur. Pareciera que hubiera vivido siempre entre nosotros. Me cayó bien. Era amigable el pequeñin.

Platicando más en corto, llegamos a un acuerdo: él trabajaría para mí, con la condición que no le dijera a nadie que él existía.

El, de hecho, nació dentro de una computadora hecha en Sillicon Valley, California, Estados Unidos. Un buen día, esa misma computadora la mandaron para México con él adentro. Fue un error, pero ya no pudo hacer nada este personaje. Eso fue hace como quince años y él ha estado viviendo de corporativo en corporativo y de oficina en oficina. Adonde quiera que mandan la computadora él está presente.

Con cierta pena, me confió que era un experimento de la NASA para arreglar todas las computadoras por dentro y con la inteligencia y forma humana que el caso requería. Era un secreto de estado, por eso sus transistores y circuitos internos le mandaban esconderse para no ser visto por la raza humana. Así como él, había miles en el país del norte. Habían sido diseñados para trabajar. Aun con esto, esta criaturita, poco a poco se iba pareciendo más a los humanos de verdad. Pensaba que era tiempo de ir buscando una compañera y de cuidar mejor su cuerpo.

El arrreglo fue sencillo: me pidió que lo alimentara después de la media noche con comida sana y él podía trabajar para mí. Le dije que en la empresa las contrataciones estaban cerradas y que de mi bolsillo podía pagarle muy poco. Me comentó que con la comida se sentiría pagado. No me pidió prestaciones ni seguro social. ¡Uf!.

Se colocaba sobre el teclado y yo empezaba a imaginarme lo que tenía que plasmarse en la pantalla de la compu. Automáticamente y como si el duendecito y yo estuvieramos conectados con bluetooth, comenzaba a saltar alegremente sobre las teclas a una velocidad vertiginosa. Escribía lo que yo estaba pensando. ¡Era una maravilla!

Mis trabajos y presentaciones me las hacía mi nuevo amigo.

Si no hubiera sido por su espíritu de aventurero que tenía hubiéramos durado más tiempo trabajando juntos. Se cansó que le diera de comer sólo ensaladitas-- "si no soy conejo", una vez me dijo-- y después no pedía, exigía que le consiguiera cualquier cantidad de sopes, huaraches, quesadillas, tamales, tlacoyos y todo lo grasoso, que tanto le gustaba. Se quedó muy mal acostumbrado a su anterior dieta. A mi me preocupaba su salud. Era ya un semi obeso.

Un día le platiqué que toda el área de sistemas de la empresa se iría a Cuernavaca por cuestiones de estrategia empresarial. Estoy seguro que hizo hasta lo imposible para colarse en alguna computadora e irse para allá. Estaba ya harto de la ciudad y el smog que tanto le dañaba sus circuitos. Y sobre todo de la alimentación. Ya no supe de él. Como a un hijo que se va, lo dejé ir sin derramar lágrimas. Allá la va a pasar mejor por el clima y la vida es más relajada. También hay toda clase de alimentos. Aunque no se despidió de mi, no le guardo rencor.

Nunca más supe de él. No supe cómo se llamaba.

Ahora, cada que enciendo la computadora y empiezo a escribir me acuerdo de él y su pequeña figura la imagino saltando de una tecla a otra.



laj







 

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