martes, 3 de noviembre de 2009

Saña


Nunca la había visto en ese plan. Se puso muy pesada. ¡Y cómo no iba a estar así! ¡Si se tomó dos botellas de mezcal con todo y gusano, ella solita! Vomitó. Lo hizo sin miramientos, una y otra vez. Su rostro enverdeció y sus ojos se hincharon espantosamente. Estaba semidesnuda, pero nada parecía importarle. Se desplomó. Se pegó en la nuca y luego comenzó a reír. Rió y rió sin parar. Su risa era nerviosa. Le pedí que se levantara, pero estaba briaguísima; sus ojos me lo decían. Enseguida contuvo el aire al máximo y le reventó el estómago, dejando ver sus vísceras por aquí y por allá. Yo la veía con repugnante asco. ¡Puaj! No soporté más y la pateé infinidad de veces. Después traté de armarla, pero me quedó un ser informe, sin pies ni cabeza. Agarré un pedazo de tabla que estaba a la vista y le pegué con la furia más espantosa que se tenga memoria. Cayó en miles de pedacitos y los revolví con la tierra de una maceta que estaba cerca, para que nunca se supiera otra vez de ella.  


laj

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