¡Eres un monstruo!-- me gritó mi señora inesperadamente, temblándole la papada.
Con no poco enojo recogí mi abombada, grande y escamosa cola, llena de una masa gelatinosa indescriptible. Pesadamente me la enredé en la espalda y agobiado por el mal humor de mi mujer, salí corriendo de la casa en mis 247 huesudas y retorcidas pezuñas.
laj
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