sábado, 7 de noviembre de 2009

Cuento Corto

Era de noche y dormía plácidamente. Un extraño regurgiteo oí en mi estómago. No habiendo cenado esa noche, me levanté de mi cómoda y calientita cama. Me metí a la cocina a prepararme un rico sandwich de algo que saciara esa hambre inmensa que sentía. Ocupado estaba buscando la mayonesa cuando ruidos
raros provenientes del refrigerador llamaron mi atención.

Cuando uno tiene hambre, el primer lugar que revisa, invariablemente es el refri. Al abrirlo sentí que se me caían los pants que llevaba puestos, debido a la repulsión que me causó ver todo aquello. Cientos, miles, tal vez millones de cucarachas iban y venían por todos los contornos del refrigerador, en un bacanal de suciedad y en una orgía de asco inmenso. Sintieron mi presencia, pero ni se inmutaron, las muy cínicas. Las dejé en paz y vi que de ahí no iba a obtener sino pura bazofia.

Buscando alguna otra alternativa me topé con un frasco de cajeta que tanto me gusta. Abrí la tapa y... ¡oh, sorpresa! Había más cucarachas que cajeta. Supuse que los insectos no iban a compartirla conmigo por la cara de enojo que pusieron. Así que también dejé que hicieran y deshicieran dentro del frasco.

Soporté el hambre gracias al asco y náuseas que sentí después de esta terrible experiencia. Me senté en el sofá a ver televisión. Era ya de madrugada. Súbitamente una cucaracha atravesó la sala haciéndome muecas de burla y sacándome la lengua. La correteé y estando a un paso de apachurrarla, me arrepentí, ya que me acordé que ellas eran más que yo, por lo que mejor la dejé vivir. La muy ingrata ni las gracias me dio de haberle perdonado la vida. Seguí viendo la tele y pronto entré en un estado de somnolencia casi total.

Mientras luchaba por no dormirme, encima de la televisión vi moviéndose en una interminable fila india, ejércitos de insectos cafés con antenas y seis patas, bastante repugnantes. Me veían fijamente y murmuraban algo en contra mía. No les hice caso y traté de ignorarlas volteando hacia otra parte. Justamente en ese momento caía del techo una cucaracha cachorro. Era macho, célibe e imberbe. Lo noté nomás le vi. Al caer al suelo con cara de espanto comenzó a correr, pero esta vez no me tenté el corazón para dejarle que probara la suela de mi zapato. Aún pude ver su cara de angustia y pavor congelado que refleja cualquier ser que está a un paso de la muerte. Al oprimir mi zapato contra su pequeña humanidad, emitió un crujido bastante sonoro y agradable. Sus dos pequeños ojos salieron volando y sus sesos quedaron regados en el suelo. Fue algo lindo.

Pronto cesó el ruido que hacían las cucarachas de la cocina, las que estaban en la cajeta, las que andaban de arriba para abajo de la casa y las de la tele. Estas últimas me veían de manera horrible. El ambiente se había vuelto cada vez más denso y pesado. Un nudo en la garganta me impedía respirar libremente. Quise apagar la tele y escapar, pero hasta el control remoto ya había sido tomado por las pequeñas asquerosas. Me levanté del sofá y al voltear la vista a él, éste estaba completamente tapizado de los bichos repugnantes, que cada vez eran más y más.

-- Supongo que están un poco enojadas por la muerte accidental de la cucaracha cachorro, ¿verdad?-- les dije con una voz quebrada e inaudible. Ellas ni me contestaron. Se limitaban a verme feo y a acercárseme cada vez más. Veía cada vez más lejana la ocasión para escapar, ya que las ventanas y la puerta principal estaban repletas de ellas.

Estaba de pie en el centro de la sala y las cucarachas hacían un círculo alrededor mío. Pensé en proponerles una tregua, pero apenas comencé a hablar, se aventaron contra mí. Tuve que saltar encima de muchas de ellas para tratar de escapar. Pisé a muchas, pero muchas más se hicieron para atrás y salvaron el pellejo. Me abalancé hacia la puerta a bayoneta calada; la lucha era cuerpo a cuerpo. Mientras unas me mordían, otras me arañaban y algunas más me escupían, yo trataba de llegar a la puerta principal.

Preso de un pánico espantoso sentí que me vencían; ya se me habían colgado por todo el cuerpo. De milagro logré abrir la puerta y al ver la calle, casi grito de felicidad al ver mi salvación tan cercana.

Mi gusto se esfumó cuando una de las cucarachas más robustas me zancadilló fuertemente y me hizo caer al suelo. La batalla era encarnizada. Caí boca abajo y sentí como entre el pantalón y mi pierna subían infinidad de ellas. Cerraron la puerta. Esta vez quise gritar. Gritar y llorar de ansiedad y desesperación, pero no pude.
Mi boca había sido paralizada de tanta cucaracha que a ella se había metido.

Ya no sentía la lengua, creo que me la habían devorado; ni tampoco oía ni veía. Las muy malvadas se habían apoderado de mis órganos sensoriales. Lo que me estaba sucediendo era algo infrahumano, fuera de toda imaginación enfermiza. Era abyecto, desesperante. Terrible.

Traté de levantarme, pero en la espalda sabía que más de un millón de ellas estaban ahí, mordiéndome, pegándome y devorándome; eran muy pesadas. El aliento poco a poco se me iba terminando.

Mi error había sido grande. Maté a una de ellas sabiendo que eran más que yo.

Por mis oídos entraban y ya las sentía en el cerebro, ¡¡dentro de mí!!

-- Esto no puede estar pasando. ¡Aaaaghh!

"De ahora en adelante no vuelvo a matar a nadie", logré aún pensar, mientras mis ojos se cerraban pesadamente.



laj































     

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