jueves, 26 de noviembre de 2009

Manjar


Supe de una receta para arañar el cielo. Riquísima, por cierto. La misma llegò a mis manos una tarde que visité una tienda de antigüedades y regalos. Husmeando entre las cosas más polvorientas del local, me percaté de un frasco como de cobre, cuyo contenido eran hojas y hojas de amarillento papel. Con cuidado tomé la hoja que más cuerpo tenía y la que pudo resistir ser agarrada sin maltratarla tanto.

Me la llevé por una irrisoria cantidad. Ya estando en casa preparé todo para llevar a cabo esto que a primera vista parecía ser una delicia. Y lo era.

Era de una simpleza aplastante. Al contenido había que aplicarle agua y una pizca de sal.

Había que licuarlo a la velocidad más baja y durante diez segundos para que no se deshiciera por completo la masa principal, producto de esta receta.

Era necesario que los intestinos, ojos, cabeza, ligamentos, músculos y huesos de los ocho cuyos gorditos, se apreciaran semi-enteros aun despùes de ser licuados, para seguir al pie de la letra la receta.

Al final se podìa agregar un poco de aceite de oliva para quitar un poco el sabor tan fuerte de la sangre, aderezando el platillo con unas seis almendras pasadas por mantequilla.


Nota Final: los cuyos deben tener entre dos y tres meses de nacidos. El agua debe ser embotellada.


laj

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