lunes, 9 de noviembre de 2009

El Jardín Florido

No. El jardín no era el mismo que yo vi. No era ese lugar cuidado y regado con amor. Había un cierto descuido. Un cierto envejecimiento muy explicable. Los perros también ya eran unos viejitos para su edad. Ladraban con suma dificultad y ya no imponían el respeto de antes.

Las enredaderas habían crecido para todos lados, sobre todo, habían escalado las paredes sin orden alguno. Las plantas de las macetas estaban marchitas y algunas, gracias a estar a la intemperie y alimentarse clandestinamente de agua de lluvia, habían permanecido creciendo y creciendo.

Había tristeza. Mucha tristeza. Porque con el paso del tiempo la basura del jardín se iba acumulando. Era un panorama desolador y ciertamente enfermo. El paisaje se descomponía con el paso de los días. Porque nada puede estar igual de fuerte y de bello con el cruel paso de las horas.

Los pajaritos que aún sobrevivían dentro de sus jaulas de varilla oxidada, comían el poco alpiste que aún había en el suelo de la misma.

Se respiraba un olor a soledad; a olvido. A pesar de las ganas de recuperar el jardín para volverlo a ver florido, como estuvo siempre, el mismo jardín se moría poco a poco. Ya no había forma de revivirlo, porque cuando ya no hay salud, ningún jardín, por bonito que haya sido puede ser como antes.

Olía a tristeza. A lamentos ahogados. A adiós.

Sólo había que esperar, no había otra solución. Esperar. El Jardín Florido dejaría de existir porque así estaba escrito en la historia de los jardines. Había que evitar llorar de tristeza. Si acaso, habría que llorar de alegría. Pues un jardín con tan buenos sentimientos, de tan buena memoria, de tan gratos recuerdos y de compañía infinita, no se puede olvidar. Muy al contrario. Todos quienes le conocimos le quisimos mucho. Disfrutamos cada momento a su lado. Supimos quererlo y él a nosotros. Y por eso, con el infinito e inacabable amor que siempre nos dio y porque sabíamos que ya estaba agonizando, sufriendo, quisimos que mejor estuviera bien; que ya no hubiera dolor en él; porque al padecer él lo hacíamos nosotros. Y quien sabe querer quiere que su parte amada no sufra, no llore, no padezca.
Y si ya lo ha hecho por un tiempo, es momento de rezar por él para que descanse en paz.


2004
laj


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