lunes, 9 de noviembre de 2009

La Noche Larga

Le gustaba observar las estrellas todas las noches. Una vez que llegaba la noche no quería hacer otra cosa mas que subir a la azotea y contemplar la infinitud del cielo y el cintileo de las estrellas.

No le atraía ver la televisión, oir la radio y ni siquiera leer. Tenía la firme esperanza de que algún día,-- como le dijo su abuela cuando era pequeño -- sus padres regresarían por él y lo llevarían adonde ellos estaban.
El creía con fervor que lo que le había contado su abuela era verdad. Y así, noche tras noche, en sus ensoñaciones se imaginaba cómo serían sus padres; ya que ellos murieron siendo él un bebé. Su mamá; ¿sería alta, bonita? Su papá, ¿apuesto, inteligente?

Cientos de noches esperaba ese momento mágico y maravilloso que ellos llegaran por él. Se llenaba de ilusión y esperanza, nada ocurría y llegaba el amanecer, seguido de una infinita tristeza que lo hacían deprimirse y dormir la mayor parte del día, con un sólo objetivo en mente: esperar a que llegara la noche.

Conforme fue creciendo se fue volviendo un evasor de la realidad. No tenía amistades y sólo hablaba lo indispensable. Con el correr del tiempo era un fervoroso amante del cielo nocturno y todos sus secretos. El mismo inventaba sus propias historias en torno al negro universo. Se sumergía en toda su magnanimidad y belleza. Estudiaba las constelaciones. Aprendió a reconocerlas. Conjeturaba acerca de cómo serían sus padres; bajo qué forma se presentarían; cómo irían vestidos y cosas así.

Pero cuando nada pasaba en la noche en turno y el sol se asomaba, estallaba en amargo llanto debido a la decepción de la ilusión truncada. Una y otra vez, todos los días era lo mismo. Por la mañana y tarde se llenaba la cabeza de anhelos y ensoñaciones, para esperar la noche con gran afán. Y debido a todo ese fatigoso tren de vida, descuidaba su alimentación, su aspecto y a todo él. Y esto fue lo que acabó con su frágil cuerpo de adolescente.

Una noche de negrura profunda en la que la luna alumbraba con su tibia luz, se quedó mirando al infinito, sin gesto alguno, y poco a poco fue palideciendo hasta que sus pupilas se quedaron petrificadamente fijas.

Muy dentro de él vió cómo llegaban sus padres muy sonrientes, lo abrazaban, lo llenaban de besos y, por fin, después de tanto tiempo de espera, llevarlo con ellos, para ya jamás separarse y estar siempre juntos los tres.



laj

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