miércoles, 30 de junio de 2010

Muertes con Misterio III


Cristian gustaba de inyectarse solo. Una combinación de timidez por andar enseñando sus nalguitas a personas ajenas y de arrojo por hacerlo él mismo, lo hacían encargarse de arponearse cuando estaba enfermo o cuando necesitaba vitaminas intramusculares.

Una tarde muy fría se dispuso a repetir el rutinario acto de no necesitar a nadie para inocularse unas unidades de Bedoyecta. Mojó el algodón en el alcohol, jaló el contenido líquido de la ampoyeta a la jeringa, y tomando aire se dio media vuelta e introdujo con decisión la carga vitamínica en su nalga derecha. El mismo clima gélido que se colaba en su fría casa le impidieron por primera vez en su vida hacer una faena perfecta. Temblando, queriéndole atinar al cuarto cuadrante superior externo, --que es donde debe pegar la aguja-- la mano se le movió con tantos temblores que se introdujo la aguja casi en el nervio ciático, arriba de la cintura y donde empieza la espalda. Dice el parte médico forense que las nalgas se le empezaron a hinchar y a poner coloradas, primero y moradas, después. El dolor no lo toleraba, porque aún pudo llamar a la Cruz Verde y ahí les iba explicando lo que sentía, y al llegar los paramédicos ya nada pudieron hacer. Cuentan que los camilleros y personal de la ambulancia lo vieron hecho un pedazo de carne amorfa, pútrida, con moretones desde lo que un día fue la cabeza y hasta los pies. Las nalgas estaban inflamadas de tal forma que en el trayecto al hospital, le reventaron, llenando la parte trasera de la ambulancia de pedacitos de carne nauseabunda. Daba miedo. Daba asco.

El nervio ciático es muy delicado. Cuando se introduce alguna sustancia extraña a él, es mejor no haber nacido por el infame dolor que puede provocar. Fue lo que le pasó a Cristian. La reacción en cadena de descomposición que tuvo su cuerpo fue a causa de ese mal tino que el frío le provocó inyectarse donde no debía. Descanse en paz.



laj






 

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