jueves, 24 de junio de 2010

Atisbos de Montreal I

Tenía novia, trabajo, amistades --no muchas, pero creo que eran suficientes--, pero mi incansable espíritu de insatisfacción fáustica me llevó a tomar otra decisión poco pensada y mucho menos bien estructurada. Fue otra determinación que se quedó en la cuerda floja de la locura, de la idiotez. Mi vida ha serpenteado por estos sinuosos caminos de las decisiones tomadas con el estómago y no con la cabeza.


Apostando por mi buen inglés y sabiendo que una ciudad se puede conocer en una semana de estar todos los días investigando en Internet, así fue como empecé a conocer Montreal, en Cánada. Todavía veo el nombre y me suena muy padre saber que estuve viviendo ahí y que me atreví a irme como si fuera yo un criminal político, un personaje perseguido por sus creencias religiosas o por estar amenazada mi vida por gente del crimen organizado. También recibían gente que huyera de México por sus preferencial sexuales y su vida estuviera corriendo un peligro inminente.


Habiendo contactado a un conocido allá, que tres meses antes ya había hecho el viaje, yéndose en las mismas condiciones: "Refugio Humanitario", y acompañado de su hijo de 12 años, me iba narrando lo que a mí me interesaba saber antes de emprender la curiosa empresa. Le preguntaba del clima, de la gente, si había trabajo, si éramos bien recibidos, de los lugares a visitar. Sus respuestas siempre fueron en el tono más optimista que haya escuchado. A todo me decía que sí, que no había ningún problema, que ya estaba haciendo migas con unas canadienses que eran muy amables y bonitas. También que había adquirido un teclado, un celular con Internet de última moda y una lap top. "Allá sí hay forma de progresar", pensaba  insistentemente.


Me comunicaba desde aquí, de México, D.F. por teléfono y por mail. El me iba contando cada que podía lo que iba aconteciendo en su vida diaria. Me decía, también, que Lalo, su hijo ya estaba en la escuela. "También nos dan educación", seguía yo embelesado con tanta caridad que escuchaba que tenían los canadienses hacia un grupo de gente que la vida le estaba jugando una mala pasada: los "Refugiados". "Falsos Refugiados", diría , porque hubo, antes que yo, y antes que solicitaran visa para entrar a su país debido precisamente a este tema, miles d epersonas que adquirían nacionalidad canadiense gracias a la patrañosa historia de llegar al aeropuerto

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