lunes, 1 de marzo de 2010

El Tonto

Como si fuera alguien muy simpático o una celebridad, llega a la sala de conciertos junto con su familia volteando a todos lados y buscando ligar con quien sea, sintiéndose un galán de balneario en un lugar ajeno a él y a los suyos. Con los brazos en jarras se le queda viendo a la orquesta a medio pasillo como si hubiera estado mil veces ahí; como si conociera a alguien. Con curiosidad pesada hurga con su mirada en la cara seria de cada uno de los integrantes de la Sinfónica. Con esa terrible chabacanez que sólo él puede exhibir. Lleva de su mano a un niño malhumorado y chamagoso de unos siete años. Lo sigue su señora, una mujer bajita y bigotona que parecía estar espantando moscas con su rebozo y arrastrando a su otro hijo de unos nueve años de edad. Ella se siente rara. Luego luego se nota que es la primera vez que están en este sitio. Los boletos se ve a leguas que ellos no los compraron, ni hicieron algo por ganárselos. Es evidente que alguien se los regaló y ellos creyeron no sé qué, pero los aceptaron. Y lo más audaz del caso: ¡decidieron entrar al espectáculo!

Para el momento, la doña se preparó exquisitamente. Un peinado alto de salón y una playera larga con el Correcaminos adornando la parte frontal, aderezado con su rebozo gris de rayas negras, eran los utensilios de elegancia que la acompañaban. El tonto sujeto llevaba una playera de las chivas rayadas del Guadalajara y unos tenis con pantalón de mezclilla. Los hijos iban por el estilo. Se contuvo de chiflar al llegar, estaba emocionado de ver tanta gente tan diferente a él; bueno, a ellos. 


Los mocosos antes de iniciar el concierto se suben al estrado y comienzan a corretearse ante la mirada atónita de los músicos y del público que esperaba con paciencia al Director de la orquesta. Los niños se dan marometas entre los violines y los violoncellos a la vista de todos y, cínicamente--con esa inocencia que da la infancia-- saludan a sus padres, quienes responden complacidos y de pie a sus retoños.


Después del concertino o primer violín aparece al fin el Director muy serio en smoking blanco, contrastando con el traje negro de sus músicos. Aplausos. Con una mirada de ira fulmina al padre de los mozalbetes, voltea a ver a sus muchachos, se hace el silencio y empieza el deleite auditivo.


Los niños se sientan y el público se dispone a escuchar. Comienza la Primavera, de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Los primeros tres minutos son muy aguantables para esta familia rara, hasta que los críos, cansados por el desconocimiento de la música y del lugar y gente tan ajeno a ellos, recargan su cabecita en la butaca. La esposa chaparrita bosteza cada dos minutos y comienza a cabecear. Se rasca las axilas con una gracia sin par. Hasta hay algo de elegante en ese ademán. El ya está hasta el gorro y comienza a mandar mensajes por celular a sus amigos presumiendo su nuevo estilo de vida, sus gustos distintos, high. 


El Director, al hacer la pausa entre el movimiento que termina y al comenzar el segundo, el Verano, se levanta como si estuviera en los toros o en el Metro o qué sé yo y aplaude, creyendo que ya había acabado la obra. Se delata como un poco conocedor del lugar y del espectáculo mismo. Se sabe que es su primera vez en la sala y muy probablemente la última. Medio auditorio lo calla con el onomatopéyico "shhh". El Director aprovecha para voltearlo a ver con una mirada de reprobación, nuevamente. Su familia seguía dormida. La doña ya hasta babeaba. El se sentó despacito, como para no hacer nada de ruido y evitar una pena más grande que la que ya estaba pasando. Para no ser menos y al iniciar el Verano, empezó a zapatear en el suelo al ritmo de los acordes orquestales, tratando de decirle al mundo que sí, su ignorancia era mucha, pero no tanta. Fingía conocer esa pieza musical. A la par movía la cabeza y nuevamente, era el único ser humano entre el auditorio que se movía. Distraía a músicos y una chica, la del arpa, le comentó algo al señor del corno francés y en un instante los dos asentían con la cabeza, enojados. ¡Qué fastidio!


Al acabar ese movimiento y comenzar el tecero, el Otoño, este ente se agarró de los brazos de su butaca para levantarse y aplaudiir, pero otra vez erró el momento. Decidió no seguir luchando contra algo que no entendía y a la falta de oxígeno en su cerebro y mejor se durmió, recargándose en el hombro izquierdo de su amada. ¡Bah! Aún alcanzó a decir antes de acomodarse para dormir rico.


Un enojado viejecito con una cubeta y un trapeador es el encargado de irlos a retirar del auditorio. El concierto había acabado hacía dos horas. Ya no escucharon el Invierno y mucho menos los Planetas de Holst.


Con curiosa sorpresa se desperezaron, se quitaron las lagañas y entre risitas se salieron de la sala. En el camino a casa, platicaban de su gran experiencia cultural. Como la plática no duró mucho, se bajaron del bus y se compraron un pollo rostizado, chiles, queso, bolillos y un refresco de dos litros para todos como recompensa a su afán de elevar su cultura. En esas estaban en un camellón del Periférico, cuando al papá se le ocurrió que era día y hora; o estaban en tiempo y forma, para ir a las luchas. No podía quedarse con las ganas de divertirse. Y juntos, como una familia feliz, se encaminaron a ver luchas. "¡Qué padre!", pensaban en silencio los cuatro, emocionados.



laj















































 

1 comentario:

  1. Ahora si te volaste la barda!!!! Està buenìsimo. Espero que los personajes, no sean reales. Ja,Ja,Ja. Te quiero hermanito!!!

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