jueves, 28 de enero de 2010

Maldad

Desde hace más de ocho años y por la naturaleza de mi mismo trabajo soy paracaidista de tiempo completo. Comencé en el ejército. Me estaban adiestrando para ir a una de las guerras en Medio Oriente, sólo que en un salto me lesioné el cuello y eso impidió que me mandaran al frente de batalla. A las fuerzas armadas ya las dejé y desde entonces me dedico de tiempo completo a ser instructor de paracaídas cerca de Valle de Bravo. En la avioneta en la que practicamos los saltos mis colegas y yo cuando no tenemos visitas o clientes, se sabe que hay una niñita de unos siete años que se nos aparece en pleno salto. Es como una ilusión óptica o como un ángel que nos acompaña en cada salto que hacemos. Ernesto, dice que ya la ha visto unas veinte veces. Joaquín, que es el más serio de todos y quien inició con este gran grupo que somos hace unos cinco años, me ha confesado que cuando la nena se le aparece cayendo a su lado, dice que no puede dejar de sentir miedo. Se destaca por su valentía, pero él sí está convencido de que la figurita infantil que ve a veces en algunos de sus saltos, lo pone mal. Silvia, que es una osada joven veinteañera, amiga de Joaquín, dice que también ve a la criaturita en una de cada tres o cuatro saltos que da. Nos cuenta que la infante va platicando con ella y deshoja una margarita mientras va hacia abajo a toda velocidad. Lo malo es que no escucha a la niñita. Ella no le da miedo que le salga la nena. Quisiera poder escucharla porque dice que tiene una mirada de emoción, como todos los que practicamos estas caídas con paracaídas.

A mi, debo ser sincero, me da un pavor enorme estarla viendo desde la misma avioneta. Es una niña de menos de diez años con un vestidito amarillo con florecitas rojas. Cuando vamos haciendo ejercicios previos en el piso de la avioneta, ella está ahí con su carita sonriente y animada porque se siente parte del grupo. No  hemos podido hablar de ella abiertamente, pero pronto lo haremos para que la hagamos nuestra amiga y en algún salto no vaya a jugarnos chueco jalándonos una cuerda o evitarnos abrir el paracaídas. La niña, viéndola bien, tiene una extraña mirada de maldad que sólo yo he podido detectar. Me da miedo platicarles esto a mis compañeros. Sé que no es algo de lo que nos debamos preocupar, pero lo que no me explico es por qué apareció muerto ayer por la mañana nuestro piloto de planta, Mauricio. Sentado en el lugar del piloto y aún teniendo el cinturón de seguridad puesto, reposaba a su lado una muñeca vieja, con un trapito rojo con amarillo y una extraña nota que escita con lápiz decía: lero-lero.

No creo en fantasmas, pero esto está tomando un sentido tétrico. Este pequeño testimonio lo estoy escribiendo en la parte trasera de mi auto la mañana siguiente a la muerte de nuestro amigo. Empieza a hacer mal clima, creo que hoy no nos vamos a aventar. La policía viene en camino y revisará todo lo que ha pasado y deslindar responsabilidades. ¡Un momento! ¡Estoy viendo que de una ventanilla y luego otra y otra ventanilla de la avioneta aparecen caritas de muñecas con expresión de burla! Mis amigos vienen hacia mí. No fui el único en ver eso. Me comentan lo mismo. Hemos decidido hacer algo. Saltaremos juntos y llevaremos un amigo que le hace a la magia blanca y en pleno aire hará el intento de zafarnos de ese fantasmita.

Al día siguiente hacía un sol esplendoroso. Alrededor de las siete de la mañana nos juntamos, subimos a la avioneta y un nuevo piloto nos llevó al aire. Saltamos todos unidos agarrados de las manos haciendo casi un círculo en el aire, el brujo comenzó a hacer lo suyo. La niñita se apareció entre Silvia y yo. Silvia me apretó la mano y sonreía contenta. Cuando la niñita espectral me volteó a ver me miró con un odio inusitado, pavoroso. Del susto me solté del grupo y no pude abrir mi paracaídas. A Ernesto una ráfaga de aire lo arrastró hacia atrás de un banco de nubes nimbus y a Joaquín ya no lo vi. Yo caía preocupadísimo porque mi paracaídas de reserva se había atorado. El aire maltrataba mi cara y mi cuerpo iba cayendo descompuesto. El amigo que llevamos a la desventura, Mario, había estudiado para brujo de magia blanca en una universidad de Veracruz, se deshizo en pedazos en el aire. 

Casi al llegar al suelo a estrellarme, alcancé a voltear hacia arriba. Silvia caía con su paracaídas ya abierto, con cara de maldad y en su espalda venía la escuincla fantasmagórica, riéndose a todo pulmón disfrutando de los paisajes que le ofrecía el lugar privilegiado del que gozaba, deshojando una margarita de hojas muy amarillas.



laj



 
































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