viernes, 16 de abril de 2010

El Chico Chic

Desde que tengo uso de razón mi mamá y mi papá me han cobijado con su amplio y acolchonado manto de amor y a veces hasta de sobreprotección. Dice ella que cuando nací, no permitió mas que una enfermera y un doctor me vieran en pelotas y con el cordón umbilical colgando y sangrando bien recio, porque aun cuando ella estaba en pleno trance de parto, tenía preparado un pequeño frac tamaño bebé 0 meses debajo de su almohada, mismo que me puso quién sabe cómo y le ordenó a los doctores y cuerpo de enfermeras que me lo dejaran puesto, que  la categoría de nuestra familia así lo merecía. Aunque mis padres entraron en taxi al hospital y salimos de regreso en metro, mis papás tenían bien claro que era lo que querían para mí: lo mejor.
La situación económica de la familia era precaria, y desde aquella infancia óptima, todas las señales me decían que yo no era rico, o tan rico, bueno mas bien era pobre, bien pobre.


Los Reyes Magos y Santa Claus llegaban cada año puntualmente, aunque no siempre me traían lo que  les pedía, siempre eran llenados esas omisiones con un chorro de dulces de todo tipo y algunas veces  con calcetines. Aún así, yo veía que me traían más cosas que a mis amiguitos y vecinitos. Eso me trajo algunas dificultades con algunos de ellos, los más envidiosos. Y me comenzaron a decir el Chico Chic.


No sufría mucho con ese apodo, pues en vez de darme coraje, sentía que me quedaba cada vez más y más al puro centavo. En eso me estaba convirtiendo: en un chico amante de la buena vida, un sibarita. No obstante que nuestra casa estaba al lado de las vías de un tren que cada vez que pasaba por enfrente de la casa  y se detenía, mis amigos y yo nos metíamos por debajo de los vagones y hurtábamos granos, semillas y carga que llevaba atravesando el paìs. Cuando llegaban los repartidores de refrescos, fruta, tortillas, tintorería, etc. no perdíamos la oportunidad para darles baje con algunas de sus mercancías. Varias veces me robé cosas y lo dejé de hacer cuando mi papá me cachó tomándome un refresco fruto del hurto de esa mañana en plena azotea con otros tres vecinitos que deleitaban el líquido conmigo.


Al esperar de mí lo mejor desde muy pequeño, mis padres buscaron alternativas para inscribirme en las mejores escuelas del país desde esa mi nostálgica infancia. Como creo no buscaron mucho, la primaria, secundaria, prepa y superior las estudié en escuelas de gobierno. Veía que mi padre sufría al no poder darme esa educación que siempre añoró para sus hijos y entre ellos, yo. Vendía frutas con limón y chile piquín afuera de la primaria donde iban mis hermanos y yo. El dinero no alcanzaba. y como que el estudio no era lo mío. Era burro.


Con todo y eso, me empecé a distinguir de los grupos que frecuentaba por mi exquisito gusto para vestirme, por la comida, la música, las artes, los deportes y las lecturas, sobre todo las lecturas.


Cuando salíamos a comer en familia no íbamos a los sopes, quesadillas o pambazos de la zona. No. Mi madre fue educada en las mejores escuelas de monjas de su época y nos llevaba al mercado de la colonia. Eso empezaba a darnos clase, a mí y a mis hermanos.Categoría. Comíamos arrocito con huevo estrellado, guisado y frijoles con agua de sabor. Los domingos mi papá nos llevaba a desayunar al lado del aeropuerto, unas memelas con harta cebolla y mole, dignas de un rey. Eso me empezó a abrir las puertas del jet-set (a mi nivel).


En la música nunca escuché rolas guapachosas como todos los de la colonia, ni siquiera las que estaban de moda. Mi objetivo era ser diferente a la gente con la que convivía diariamente. Empecé a oir música clásica y de ahí nadie me detuvo. Aunque estaba en casa, ponía el tocadiscos a todo volumen. El chiste era que el vecindario se enterara de mis gustos diferentes, aunque a mi me hiciera dormir. Hoy en día cuando en cualquier circunstancia alguien me pregunta que quiero oir, siempre pido clásica y atraigo las miradas como siempre lo quise hacer desde niño. Llamar la atención, ser alguien. Si la reunión exige tomar un trago no pido tequila ni mezcal. Pido whisky en las rocas y de lo más caro. Siempre distinguiéndome. Un bon vivant.


Tenía una tía que nos quería mucho y nos compraba fayuca cada dos años a mis hermanos y a mí. Era la sensación. Ropa barata y del otro lado. Eso era ser poco a poco, chic. La ropa, si no era de ahí, íbamos con una señora que mes a mes traía ropa de "paca" de los Estados Unidos. Sólo la desinfectábamos y nos la poníamos. ¡Ah! Pura clase.


Si era cuestión de ir a hacer ejercicio, me inscribí a un deportivo popular en una colonia vecina y a mis amigos les decía que estaba en un club exclusivo. Eso sí, siempre llegaba en mi bicicleta donde mi hermano repartía periódicos en las mañanas. Cuando pude entrar a trabajar me metí de cerillito a una tienda departamental, también un poco alejada de mi zona de vida. Yo decía que laboraba de ejecutivo en una empresa trasnacional sin decir el nombre. El toque de misterio que daba ese silencio mío, me daba más y más importancia.


Cuando en familia salíamos a Acapulco nos íbamos en camión, pero en el más caro y así también escogíamos los hoteles más exclusivos dentro de la zona de la Roqueta y de Caleta. Siempre distinguiéndonos de la demás pelusa.


Los espectáculos a los que asistían eran escogidos por mí con detalle. Cuando empecé a tener novias siempre las escogía de zonas diferentes a la mía. Las sorprendía con mis decisiones de ir a ver películas de arte, conciertos de ballet, música clásica, jazz. Paseos para turistas dentro de la misma ciudad. Era un turista dentro de mi lugar de nacimiento. Y al final del día acaba tomando el metro, transbordando y luego tomando un microbús que  medejaba en mi casita lejana de los demás, de interés social.


 Por cierto, mis conquistas se aburrían rápido y me abandonaban a los pocos días de iniciar. Especialmente cuando conocían mi casa. Bu.


Para alzar más mis cejas y la de los demás, compraba diariamente mi periódico especializado en finanzas, aunque no entendiera ni un comino. Sólo leía los monitos y mi horóscopo. Cuando tuve acceso a las tarjetas de crédito, saqué diez, nomás para empezar. Lociones, corbatas, trajes y zapatos, principalmente fue lo que compré a destajo. Desayunaba, comía y cenaba en restaurantes de moda, me gustaba ser visto por la socialité. ¡Cuánta chingada falsedad! ¡Qué barbaridad! !Esto tiene más de quince años y aún sigo pagando mis deudas de entonces!


No de mucho me ha servido comprar como rico y usar mis cosas como lo que soy, como pobre. He sido un rico pobre. Un mentiroso a los demás, que estoy seguro, nunca nadie se tragó el cuento de que yo era  muy-muy. De que era un chico chic.



laj

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