martes, 27 de diciembre de 2011

Aquella Vieja Canción de la Infancia

Estaba en la radio esa canción que oía cuando era niño. Cuando el aroma a sopa y a carne con frijoles era algo esperado. El jugaba con su carrito de juguete que apenas cabía en su mano. Era rojo y se empezaba a despintar. Tendría a lo mejor seis años y ese recuerdo le asaltaba la mente cada que se sentía solo o frustrado. Recuerda como todo era alegría en esa casa llena de amor. La casa de Abuelita, pensaba. Cuántos gratos recuerdos. Ahí sólo se derramaban lágrimas de felicidad. La familia reunida hasta altas horas de la noche, cuando el frío de la madrugada forzaba la retirada de los invitados. Esa era una vida digna.

La canción seguía. No pudo continuar comiendo. Un doloroso y amargo sentimiento atravesaron su pecho. Recordó que algún día había sido una persona de bien, amada. Sorbía los mocos y en cada movimiento había un espantoso dolor. Un dolor de saber que aún conservaba algo de ser humano en ese cuerpo dañado por tanta sustancia ajena al que lo había acostumbrado. Ya no pudo comer más. Ya no quiso seguir haciéndolo. Se secó los ojos y se limpió la nariz con una servilleta a medio usar, pagó y salió de esa fondita en la que comía.

Pocos días después se supo que se había entregado a la policía. Traía cargando más de cincuenta muertos él solito. Pensando en los hijos de todos esos hombres a los que había asesinado, se colgó con los retazos de una vieja sábana en su celda. Cuando estaba dejando este mundo volvió a llorar y escuchaba con cariño aquella vieja y triste canción que le recordaba tanto a la casa de su Abuelita, cuando entonces era un niño amado que jugaba con su carrito rojo.
 

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