domingo, 4 de septiembre de 2011

Bella

Cualquier parecido con la Coincidencia, juro por Diosito que es la mera Realidad.



Nadie creería que con esos rasgos tan finos, esa cara tan bonita y ese porte de dama de la alta sociedad Inglesa pudiera hacer un desaguisado como el que armó.


Era una tarde de primavera, cuando el calor dura toda la noche y todo el día. Sólo hay un lapso de dos horas en la madrugada donde afortunadamente uno puede sentir un poquito de frío y descansar del inclemente calor.


Agripina había dejado a sus amigas en sus casas y se dispuso a regresar a su casa a prepararse para el siguiente día que era el tan temido lunes. Cada semáforo en el que se detenía pensaba lo aburrida que era su vida sin su hijo. Ese pequeño truhán que había cambiado el cariño sincero de madre que siempre le había profesado por las dádivas de su ex-marido. Así son los divorcios. Los niños bailan al son que les toquen. Y todos sufren. El ex castiga a su ex y viceversa a través del hijo o hijos.

Nuestra amiga, conforme iba avanzando en camino a su casa, sentía esa imperiosa necesidad de desquite. Esa venganza acumulada a lo largo de tantos años de espantoso matrimonio necesitaban salir de su cuerpo y decir la verdad al mundo. Esos maltratos silenciosos, ese no-cariño profesado y esa violencia verbal que él siempre le propinó. Pero, bueno. Ella no daba paso sin huarache. Era protectora y protegida a la vez de su novio, Icaro. Un hombre de buenas intenciones, con grandes cualidades y, al igual que ella, con un divorcio a cuestas. Se entendían. Se complementaban.. Como dos de los Tres Mosqueteros, se enfrentaban juntos a la maldad del mundo.

La tarde empezaba a convertirse en noche y Agripina, recordando que su amado Icaro estaba de viaje, no llegaba a su casa deliberadamente. Había comprado en una tienda de conveniencia, de esas que permanecen abiertas las 24 del día, un cartón de cervezas y una botella de whisky. Ah, y unos chicharrones, "para que diera más sed", después platicaría.

Una mujer enojada es un tsunami, huracán, torbellino, terremoto juntos. Ella, habiendo visitado el día anterior a su psicóloga, juntas habían descubierto cosas que ella sola nunca se hubiera podido dar cuenta. La manipulación con que la familia de su ex la habían tratado fue una situación que desencadenó una furia al compás del minutero del reloj de su sala. Llegó a su casa, se apoltronó en el sillón y comenzó a beber y a levantar el teléfono. El maldito teléfono.

Cautiva paciente de una dietista graduada en una  escuela Patrulla por correspondencia, le recomendaba tomarse gotas antes de sus alimentos. No sé qué tenían esas gotas, pero desde mi visión de narrador, creo que hubo una combinación explosiva de cuatro factores fundamentales: soledad, sed de venganza, alcoholismo y drogadicción.

Extrañaba a su gordo que se había ido al mar a pescar atunes.; la ira desmedida que provocaron las conclusiones a las que llegó su terapeuta; las veintisiete cervezas que en total se terminó, más toda la botella de whisky; y en especial esas gotas para adelgazar o quitar el hambre, fueron la lumbre que encendieron la mecha de un coctel bastante peligroso.

--Hola-- dijo, amable. Había marcado el teléfono de la casa de su ex suegra.
"¡Hija de toda su pinche, puta, perra madre!"... eso sí, conservó su educación hablándole de usted a su ex madre postiza. Y ahí comenzó todo.


Pudo haber sido una ofensa inusitada, inédita. Pero la señora rondaba casi los setenta y cinco años de edad y no era justo una agresión tan artera. Pero Agripina buscaba venganza, sangre. La señora se defendió como pudo. Le llamó a su hijo, el ex de ella y a sus hijas. Era un sinfin de llamadas. Un caos.


Siendo casi las doce de la noche sonó el teléfono de la casa de Foforito. Hermano menor de Agri. Un hombre culto, sin tendencia a los conflictos. De cabellera rubia y ojos claros, su único problema en la vida había sido cómo deshacerse de tantas admiradoras. Esa noche su vida cambiaría.


¡Ring!
--¿Diga?
Era Icaro pidiéndole, rogándole, suplicándole al gran Foforito que se encaminara a casa de su amada. La misión era que ella no fuera a hacer una locura. Como ir a atentar contra la vida de alguien. Como detener una masacre de vecinos, que probablemente en esos momentos se estuviera llevando a cabo. Como fracturar de una vez por todas tantas ofensas que Agri le estuviera soltando a la familia de su ex.


Foforito, casi inconsciente de tanto sueño que tenía, decidió dejar a un lado sus responsabilidades del siguiente día yendo a casa de su hermana a tratar de resarcir o evitar cualquier daño a terceros. Como pudo se echó encima una chamarra y salió al hostil mundo de la ciudad nocturna. Un taxista aventurero al fin le hizo la parada y juntos viajaron cerca de media hora para llegar a la casa de su consanguínea.


Al estar en casa de su hermana, Foforito le envió un mensaje mentiroso a su cuñado Icaro, avisándole que ya estaba en casa de su hermana y que no había por qué preocuparse. El estaba al mando. Icaro entonces se consideró a salvo y a su amada también. Entonces apagó su celular y se durmió hasta el otro día. Foforito acababa de llegar al verdadero manicomio.


"¡Agri, ábreme. Soy yo, Foforito!".
Agripina abrió la puerta y enseguida su hermano notó que ahí habían estado bebiendo y fumando cuando menos treinta personas. Se espantó cuando vio que solamente su hermana, cara de Blancanieves, era la única que había estado ahí. Ella salió a recibirlo con el teléfono en la mano y los ojos bailándole, ingobernables. "Pásale, hermanito". Y siguió la retahíla de insultos a la o las personas que estaban del otro lado de la línea.


Esa noche Foforito escuchó todas las malas palabras que se sabía y que había escuchado a lo largo de sus más de cuarenta años. El trataba de que ella entrara en razón. Recurrió a varios métodos. Distracción; Psicología inversa; Golpes a la nuca; Cacerolazos en un ojo; Gritos de comadre; todo. Todo lo que su alma de ser humano consciente le dictó. Pero nada resultó. Nada.


Agri le llamó a media familia de su feo ex. Casi nadie se escapó y entonces, evocando a Shakespeare comenzó un soliloqiuio más convincemte y devastador que el mismísimo "Ser o No Ser", de Hamlet. No hubo tragedia aquí, por poco, pero el diálogo interno que sostuvo en voz alta Agri, a la vista aterrorizada de su pacífico hermano,  fue algo que tocaría las fibras más sensibles de cualquier persona que le guste el arte, el teatro, la vida.


Y empezó una serie interminable de preguntas sin respuesta.


"¿Por qué, Hijo, si yo te he querido tanto, por qué me respondes con esa arrogancia, esa misma manera de tu padre de mostrar su superioridad dentro de su misma y sabida inferioridad ante la vida, ante mí, ante todo?
¿Si sabes que yo te amo, por qué esa manera tan fea de ignorarme, de tratarme mal?
¿Qué me importa? ¡Si tú ni mi hijo eres, cabrón, estúpido! ¡Tu verdadera madre está en la cárcel y era una puta! ¿Y tu papá? ¡Ah, pendejo! ¡Si supieras que tu verdadero padre está en la cárcel en Centroamérica, no estarías de altanero; ojete! ¡Si yo conozco su historia, cabroncito! ¡A mí no me vas a decir qué hacer o que tú eres muy nais, si yo conozco toda tu pinche historia! ¡Tú y tu pinche padre se pueden ir mucho a chingar a su madre! ¡Esa puta vieja que es mamá de mi ex es una tapadera!. ¡Todo le solapaba a su hijito tarado, vividor! ¡Sólo vivió de mí! ¡Y no nada más él!. ¡Toda su familia comía de mi sueldo! ¡Noooooo! ¡Ay, papá! ¿Por qué te moriste? ¿Por qué dejaste a mis hermanos solos tan pronto? ¡Mis hermanitos estaban tan chiquitos y mi mamá se tuvo que poner a trabajar dejándolos solos! ¡Buuuuuaaaaaa! ¡Snif! ¡Ah, pinche exsuegra, vieja tapadera, alcahueta jija de la chingada! ¡Ahorita me las vas a pagar pinche viejita puta!".


Demoledor. Absurdo. Incoherente. Pero acaso, necesario. La catarsis tiene muchas caras.


Foforito lloraba como Magdalena para ese momento. La abrazó y le dijo que pensara en mamá, en la familia, en sus otros hermanos, en sus tías. Le pidió que no fuera a hacer una locura como querer matar a un ser tan insignificante como su ex y ella parecía como querer escucharlo.


Agripina había cedido a los ruegos filiales de Foforito de dejar de hacer llamadas obscenas y la encaminó a su cama. Eran las dos y diez de la mañana. En las primeras horas del lunes.


Foforito desconectó el teléfono fijo, pero, Agripina, dentro de su mismo viaje de cigarros, pastillas para adelgazar, cervezas, whisky, chicharrones y demás, como que nomás hizo la finta y sacó su celular sabe Dios de dónde y se puso a seguir llamando por teléfono otras tres horas. En lo que daban las cinco de la mañana. Toda su furia telefónica fue patrocinada por todo lo que se tomó, por su sed de venganza y por la educación de los vecinos que no le tocaron o le rompieron una ventana para que parara su desmadre horrible que les dedicó esa noche.
.

Siguiente día, lunes 5:30 a.m. Agripina se levantó, bueno, es un decir, porque nunca durmió. Se bañó, despertó a Foforito, que se había quedado profundamente dormido en el sillón, descansando hora y media y también se dio un regaderazo en el baño de la sala. Antes de bañarse, Agri le preguntó tiernamente a su hermano: "¿Qué pasó? ¿Qué hiciste? ¿Por qué está todo tirado?".


Frase final demoledora:


"¿A dónde quieres ir a desayunar, hermanito?".



Como música de fondo puede ir "Campanas Tubulares", la de la película El Exorcista o El Tema de Benny Hill y salen unos payasos corriendo detrás de unas cortinas con ojos y nariz de bolita.





Fin
LAJ






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