martes, 14 de diciembre de 2010

Un Travieso General

Hay un edificio o mejor dicho, una serie de pequeños edificios, de tres a cuatro pisos, en el norponiente de esta ciudad donde se reúnen las fuerzas armadas de mi país. Este edificio al que hoy me quiero referir, fue construido hace apenas unos veinte años. En ese entonces eran pocas las construcciones en donde metían elevadores volados con vista panorámica y construidos de puro cristal. Bueno, pues así fue construido este. Sin tanta altura, desde que fue construido, todas las personas que trabajaban ahí o iban de visita preferían subir por el cubo de cristal que por las aburridas escaleras.


Siendo proveedor en los inicios de esa creación arquitectónica en pequeño, me enteré que un general murió adentro del elevador. No era tan grande el señor, pero se sabía que nunca quiso subirse, pero fue presionado por sus amigos sexagenarios, que sin saberlo ni quererlo, le orillaron a la muerte.

El General Epitacio murió por miedo y nerviosismo extremo, cosa que desencadenó un letal infarto al corazón, dijo el médico militar que realizó la autopsia, el día que osó subirse para probarle a sus amigos que él no era cobarde. Esto fue dos años después de construido el dispositivo sube y baja de personas.

Se le conocía a don Epitacio como un hombre vacilador y que siempre estaba de buen humor. El día que murió, esa misma noche, dice el velador, el elevador de cristal empezó a tomar vida propia. "Se cerraban las puertas, se abrían, se volvían a cerrar y a abrir y el elevador funcionaba en un caos total cerca de tres horas en las madrugadas", contaba angustiado el señor que cuidaba de noche hasta estos días ese edificio en particular de las fuerzas castrenses.

Desde ese entonces, veinte años, se ha repetido un fenómeno que a muchos ha dado por bautizar como el fantasma del elevador. 

Aun siendo de día, y no importando quién vaya  a bordo, en esos escasos tres  pisos que cubre el ascensor, dicen que el ánima del capi hace de las suyas a la gente que "osa" subirse a "su" elevador. Y es que habiendo muerto en él, el capitán no se ha querido ir reclamando como suyo ese espacio de dos por dos metros cuadrados, cristales incluidos.


Se han reportado tocamientos, jalones de mechas, zapes, gaznatazos, capiruchos, malteadas, beso a papi, beso a chato, mordidas de tortas, tamales, o golosinas que vaya comiendo la gente, cocos, piquetes de ojos, y un sinfín de travesuras, que no pasan de ser eso, travesuras. De hecho, es un capitán muy educado, porque dentro de su picardía, hace las cosas sin lastimar, sólo hace sentir su presencia en el ascensor, para que quede bien claro quien está a cargo en ese su sitio, su lugar.

La zona Militar decidió desde hace diez años poner cámaras adentro del elevador, pero no se llega a captar ninguna figura que no sean los cuerpos móviles de quienes se suben inocentemente a tomar el elevador. Se nota, lógicamente sus reacciones ante las acometidas del fantasma malandrín, pero él nunca se llega a apreciar.

Una tarde que fui a entregar mercancía y que me disponía a salir del edificio, me encontraba en el tercer piso y pedí el elevador. Me subí y detrás de mí salió de la nada para subirse, literalmente: de la nada, un general, me imagino que eso era por las cuatro estrellas en sus hombros y en su gorra. Se veía muy, muy cansado el señor, era delgado, más alto que yo y con algo de barba sin rasurar, y en el brazo derecho traía como cargando algo, un libro, creo que era.

-- Buenas tardes, le dije. El muy mamón no me peló. Estaba volteado viendo a través de los cristales la montaña que se alcanza a ver si uno mira hacia el norte. Llegamos a la planta baja y me quise hacer para atrás para que saliera el señor primero, como forma de respeto. Ya no estaba. O nunca hubo alguien ahí.

De inmediato avisé a vigilancia y nada más se rieron de mí. Apesadumbrado iba de camino a mi auto, cuando en un reflejo de un cristal de la oficina de recepción, pude ver que traía mis cabellos todos levantados como loco y al final del mismo unas ligas de colores que no sé cómo ni en qué momento me las puso ese descarado  e insensato fantasma del general Epitacio.




Fin
LAJ


1 comentario:

  1. Que maravilla, señorito Luis.Le confieso que me ha hecho reír tanto este escrito que hasta lagrimas salieron de mis ojitos,ja,ja.
    Realmente usted se ha equivocado de profesión y esto es lo suyo, escribir. Que gran talento tienes, de verdad que si publicaras y sacaras a la venta tus escritos, yo los compraría porque valen la pena o mejor dicho valen la risa, ja,ja.

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