lunes, 11 de octubre de 2010

¿Qué?

Epícteto Antúnez era un hombre forjado a sí mismo, bajo las normas rudas del campo y de sus antecesores 
en un pueblo donde ser hombre era una cualidad, una virtud de la cual no escapaban los pertenecientes a esta población, a una disciplina de soldado en guerra. Tenía siete familias. Lo quería así y las podía mantener. El régimen de usos y costumbres en este poblado del sur del país era el órgano rector y lo que Epícteto hacía no era criticado, al contrario, era bien visto. 

Acostumbrado a comer jabalíes, murciélagos, ratones de campo, topos, castores, tigres de bengala, jaguares y los animalitos propios de la zona, diariamente salía a cazar con ocho de los hijos que en total tenía con sus siete mujeres y les enseñaba el uso de las armas, tácticas de guerrillas y el fino arte de saber cómo esconderse en la selva y sobrevivir a toda costa a cualquier peligro.

Una fría mañana, el sol no acababa de aparecer por el este, ahí iban todos sus ocho hijos y él. De improviso Velino, el mayor de todos, que contaba con dieciséis años, cayó con todo y el rifle que llevaba agarrado, a un cenote de agua cristalina que nunca habían visto. Los cenotes son ojos de agua que no son muy extensos, éste debía medir como ocho metros de ancho y generalmente llegan a tener una profundidad de ¡setenta y cinco metros en adelante! Don Epícteto, apurado se arrojó al agua, acordándose en el aire que no sabía nadar. Sus otros hijos hicieron exactamente lo mismo.


Estos cenotes siempre están comunicados por cámaras profundas que conectan a todo el planeta Tierra por medio de ríos y mares subterráneos. Alrededor de estos lugares mágicos, se tejen historias desde hace muchas generaciones mayas, que cuentan que quien entra a uno de estos lugares húmedos, tendrá vida eterna. Pero maldito será aquél que quiera llevarse las piedras preciosas y los tesoros que aún conservan algunos ojos de agua. Hay dioses cuidando eternamente estos designios sagrados.


Sus ocho hijos: Velino, Tiburcio, Eufrosino, Gumersindo, Espiridión, Margarito, Claudio y Taurino y él, se ahogaron a los pocos minutos de querer salvarse unos a otros. Sus madres y las mujeres de este hombre lloraron la desdicha y les hicieron un ritual en la entrada de este cenote que estaba tapizado con hojas de árboles y por eso nunca lo vio Velino y cayó a él, provocando esta tragedia.


A seiscientos kilómetros de ahí, ya muy cerca de la parte más septentrional de la península de Yucatán, cuentan ciertos cartógrafos y antropólogos que no hace muchos meses, se ha establecido una tribu de nueve hombres, que decidieron aposentarse en una zona abierta, rodeada de pequeñas montañas, circundada por unos veinticinco cenotes que se cree que aún permanecen vírgenes. 


Nadie sabe de dónde han llegado estos hombres, ni cuándo se irán. Lo que sí es que cuidan y procuran mucho esta zona, la misma donde yacen estos hermosos cenotes sagrados y todos los días salen a cazar animales y a perseguir doncellas.




laj
Fin



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