domingo, 4 de septiembre de 2011

Seres de la Noche

Soy afecto --bueno, era-- a hacer ejercicio en las noches en un parque que está por la salida a Cuernavaca. Regularmente llego a las 10:00 p.m. y acabo poco antes de la media noche. Me gusta ir ahí porque está vigilado y aún hay gente que ocupa esos horarios. Corro, salto la cuerda un rato, hago un poco de box y ejercicios en el suelo, acabando con yoga.


Platicando con los guardias del lugar, dicen que últimamente han estado muy nerviosos. Confiesan ambos que las cosas ya no suelen ser como eran hasta hacía unas dos semanas. Dice uno de ellos, que hay gente que llega en grupos y así hacen ejercicios todos juntos. Pero también, dice el otro, hay personas que se  juntan a hacer reuniones como de brujería. No está prohibido que la gente haga ruedas y se agarren de las manos y haga cánticos de la naturaleza que sean. Adentro del parque es difícil poder cuidar a tanto usuario, no por la cantidad de gente que va diario, sino porque es bastante extenso, considerando una montaña y un lago adentro de él.


A mí no me consta, pero he visto gente que lleva capuchones cubriéndoles la cabeza. Bajan de sus automóviles con bolsas y morrales en sus manos. Hacen una reunión y empiezan a tender tapetes sobre el suelo. Colocan cráneos humanos, no sé si son reales o falsos sobre una estaca de unos dos metros de altura y encienden veladoras, así como amarran pequeñoa animales muertos de sus cuatro patas contra el suelo, como mapaches, armadillos y ardillas. Esto con el fin de desangrarlos para utilizar su hirviente sangre en tomársela mezclada con aguardiente. 


Una noche, mientras hacía ejercicios de estiramiento en una ladera del cerro, siendo casi la medianoche, pude escuchar más bullicio del normal mientras estas personas se reunían. Alrededor de una fogata, estaba atado un hombre joven de unos veinte años tratando de zafarse de las amarras que tenía en las muñecas, pegado al piso. En la tremenda y cómplice oscuridad de la noche, pude ver desde atrás de un arbusto frondoso que también amarraban a un bebé. "¿Cómo puede haber tanta maldita maldad en el mundo?'". Me preguntaba mientras un encapuchado encajaba un puntiagudo cuchillo en el corazón del bebé y del hombre que estaban tirados en el piso y después de sacárselos, mordió un pedazo de sus respectivos corazones.


Los casi treinta miembros de ese extraño clan mordieron cada corazón hasta que los desaparecieron. Sigilosamente apagaron el fuego que habían encendido y se esfumaron entre las sombras nocturnas. Mi azoro era rebasado por la la imagen diabólica que apenas había visto. Fui testigo de algo que había leído en los libros de historia Azteca. Esa raza guerrera que hacía sacrificios humanos y los ofrecía al Dios Sol para que apareciera nuevamente el astro rey al otro día.


Fue una pesadilla. Esa noche tuve que quedarme en el parque y esperar a que dieran las cinco de la mañana para que abrieran las puertas del parque y poder salir de ahí


Antes de abandonar el lugar de ejercicio busqué al vigilante en turno y le platiqué lo que había presenciado. Ya no eran los que yo había conocido. Había un hombre pequeño, malencarado y de aliento a pescado podrido. El me dijo que mucha gente les había contado esa historia, pero que si quería ir a platicar con el delegado lo podía hacer. Su indolencia la percibí como sospechosa. Fui a la oficina de este importante funcionario y la sangre se me heló al ver los cuadros que tenía colgando en las paredes de su arreglada y pulcra oficina: fotografías de reuniones del temido Ku Klux Klan, esa organización racista que no admite la presencia de negros, asiáticos o alguna otra raza que no fuera la aria en el mundo. No me esperé a conocerlo, salí huyendo de ahí. 


Tengo mucho miedo que me vaya a pasar algo. Hoy, en la media hora libre que nos dan para salir al patio de la prisión, dos reos me quisieron matar con un desarmador que me intentaron clavar en el cuello. Sé que no debí haberme metido en problemas platicando todo lo que había visto. 


Ahora sé que nunca debí haber confiado en el sacerdote de la iglesia ni en el maldito conserje de la escuela primaria de la zona. No sé cómo ni quién, pero uno de los dos es el co-líder de esta secta junto con el delegado, y el otro es el que consigue los corazones fresquecitos. Dios se apiade de mí.




Fin
LAJ



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