SI SE PUEDE, SÍ.
Albaricoque Ruiseñor N. era un fiel hombre de familia que traicionó sus principios por la gorda quesadillera de la esquina de su casa. Nadie creería que este hombre apuesto, fornido y estudiado fuera a dar a las garras de esa lagartona y todo porque lo enamoró poco a poco con las quesadillas de hongos que vendía la rechoncha mujer. El tenía una adorable esposa, leal, servicial y amorosa. Dos hijas gemelas de 6 añitos y un perro de mascota de nombre José.
Dice una persona cercana a la quesadillera rompe-familias, que esa mala mujer hacía una danza siniestra y satánica cada día, antes de salir a vender sus quesadillas en las noches. "Los hongos los tiraba en el piso, regaba un poco de aguarrás, alcanfor, semillas de girasol, ajonjolí azucarado y un poco de aceite de carro y se ponía a bailar haciendo torsiones rarísimas y sonidos inexplicables salían por su boca y por sus fosas nasales-", decía la chismosa encubierta que dio aviso a la policía, cuando se enteró de este asunto, sin ninguna respuesta por parte de la autoridad.
Albaricoque solía pasar a cenar con su familia al menos cuatro veces a la semana. Les gustaba cuidar su alimentación y comer cosas sanas. Lucrecia, la obesa quesadillera, separaba cada pellizcada de ración de hongos, cuando su cliente y ahora hombre, le pedía sus tres quesadillas de cajón, y escogía el montoncito "hechizado".
Un brillo de maldad recorría la mirada de la comerciante hechicera, cuando oía la voz de su patrón y dueño de su corazón y vida. A la esposa y a las hijas les servía como si nada. Sin problemas. Para ella, ellas no existían.
Así, una noche mientras cenaba con su familia, Albaricoque, después de quedar todo menso por tanto aceite de auto y aguarrás, combinado con hongos alucinógenos, les gritó enfrente de la muchedumbre y de su nuevo amor que se fueran de su casa, que a partir de ese momento él iría a vivir ahí con su nuevo amor; Lucrecia del Toboso Sánchez Tello.
Todo era confusión. Unas personas reían, otras lloraban, unas más gozaban con la desgracia ajena y otras se abrazaban por las buenas nuevas. Hubo brindis; dos borrachos se agarraron a golpes; un perro pulguiento aprovechando el caos se robó un gran pedazo de queso Oaxaca. La familia lloraba inconsolables.
Así, Albaricoque llevó a vivir a su departamento del Infonavit a su reciente amor y siguió su trabajo como maestro de hula-hula en un kinder, vivendo el resto de sus tres meses de vida, enamoradísimo de su carnosa pareja. Lucrecia vivía la vida que siempre soñó durante esos pocos meses que le vivió su amoroso macho. Era la reina de las telenovelas.
Todo lo que hizo fue porque en esos programas lo aprendió. Después, regresó al mundo del comercio.
FIN
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